Renglones.
Las comas, los puntos, paréntesis y signos, las faltas, epítetos, exageraciones y fábulas.
La vida es escritura, pausas y parones, explicaciones, y glosas, muchas anotaciones a los márgenes, divagando sobre lo escrito. Momentos en los que cierras los ojos, abrazando a la almohada, tratando de ordenar los pensamientos, jurándote que donde había exlcamaciones, la próxima vez sólo serán paréntesis. Planteándote dónde está la frontera entre la introducción y el nudo, y cuándo éste se torna desenlace.
Como si un mal guionista hubiera tomado tu control recuerdas frases dichas que hieren, y otras no dichas que matan. Recuerdas reproches, argumentaciones vacías y la puta existencia de un narrador omnisciente, capaz de jugar con el ir y venir del tiempo, mientras tú, lector y parte activa de la historia, permaneces dentro de la incertidumbre básica del texto, de tu vida.
Si alguien, alguna vez, fuera a leer esa misma historia, poco te importarían las formas, te centrarías en el fondo, en dejar claro el mensaje, en crear esa curiosidad y ansiedad que el ávido lector agradece. Pero es mentira, cada lector está ocupado en leer su historia, no hay tiempo de abrir otras, por muy atractivas que sean las portadas. Eso, justamente eso hace que no te centres tanto en el fondo, y que te pierdas en la forma, y que haya decenas de páginas narrando paisajes, y describiendo ciudades, y olores, y pasiones, y procesando el color de las llamas en lugar de hacer llegar el calor de las mismas. Porque, seamos serios, de las llamas importa más su calor que su color, pero este último es más atractivo, más vistoso, danzante y armonioso. Ese color empalaga y te fuerza a acercarte, aún cuando recuerdas que en los primeros capítulos de tu libro, en aquellas páginas lejanas, aprendiste que el fuego quema.
De vez en cuando, por el placer de oír narrar tu historia a otra persona, decides juntar libros, crear segundas partes, perderte en los anexos, en los agradecimientos o en el índice, a sabiendas de que poca gente se centra en esos detalles, pero con la vaga esperanza de saber que si sólo una persona se deleita con ellos habrá sido suficiente.
Cada uno tiene su historia, con sus comas, y con sus puntos y aparte. Algunas, las más osadas, cuentan con millares de páginas, otras son breves, algunas son ensayos, o manuales técnicos, otras poesía, o grafiti en alguna pared medio derruida. Las hay que son letras de canciones, y, por tanto, más que leerlas hay que escucharlas. Otras, en cambio, vienen en idiomas oscuros, lejanos y antiguos, o sin usar palabras, simplemente dibujos inseguros, trazados con mano temblorosa y repletos de vivos colores.
Las hay con un protagonista, o con dos. Las hay con villanos, brujas y madrastras, también con princesas, perdices y muchísimo aburrimiento después del capítulo veintiséis. Las hay con final abrupto, y otras interminables, o que recogen el testigo de unas anteriores. Las hay contundentes y otras que no lo son tanto.
Algunas están plagadas de humor, otras son eróticas, y las más, simplemente tristes. Como en los grande clásicos, una cosa es lo que su escritor quiere plasmar, otra lo que entiende en que lo lee, y otra muy distinta lo que el protagonista viva.
Yo me he encontrado con mi autor hace un rato, estaba en un taburete de un bar, apoyado en la barra, el cabrón se había puesto tibio a Jack Daniel´s. No le he recriminado nada, y me ha dicho que llevaba tiempo esperándome, parece ser que está bloqueado, que las musas le han abandonado, que se ha quedado sin tabaco… mientras me lo contaba ha sacado el sable, y yo, mísero de mí, me he dejado sablear. Nos hemos reído un rato, me ha contado su historia, me ha hablado de sus hijas. Tiene la voz pausada de quien piensa mucho cómo dice lo que dice. Cuando le he tirado de la lengua ha confesado, el bastardo. Conoce el final de la historia, pero no sabe cómo rellenarla. Le he pedido pistas y se ha cerrado en banda, dejándome una sensación de ingravidez en el estómago.
Ahora, ya alejado de aquel bar, y habiendo sufrido la resaca, me enfrento a la realidad de realidades y pienso que alguien, en algún sitio está narrando cómo escribo yo esto.
yo me pregunto, ¿de verdad te interesa tanto saber el final?
Francamente, me interesa conocer el final por una cuestión práctica, pero reconozco que es mucho más divertida la ignorancia y el repartir mamporros a diestro y siniestro, como si no hubiera mañana... o puede que sólo sea cobardía.
Gracias por seguir pasando por la última fila.