Partidas.
Llevaba siglos sin verla. Si queréis que os sea completamente sincero debo decir que no la había visto en mi puta vida. Aún así, o gracias a eso, la primera vez que la vi supe, pese a todo, que ella era ella. Es una de esas cosas que sabes a ciencia cierta, sin lugar a dudas, con los ojos cerrados, el pecho descubierto y la navaja entre los dientes... bueno, ya os hacéis una idea.
Recuerdo que, antes de hablar con ella por primera vez, pensé que ya la conocía, la había soñado tantas veces... aún no sabía si se trataba de otra estúpida ilusión, de esas que son como las rosas mágicas, bonitas, pero destinadas a marchitarse en cuanto las tocas.
Mientras pensaba en qué decirle sonó, en un rincón de mi cabeza una canción de Rosendo, una que dice “Cómo me he podido equivocar, con lo que a mi me cuesta... habiendo recorrido mas de la mitad, para que usted me entienda...”. Alejé aquella melodía como quien aleja cuervos de una tumba, a pedradas, y autorecordándome que no existe la mala suerte.
Ni tan siquiera lancé al aire la moneda. Simplemente fui y, antes de darme cuenta estaba a su lado, contándole cualquier gilipollez e invitándola a cenar.
Si alguna vez habéis aprendido a jugar al ajedrez recordaréis la cara de gilipollas que se os queda cuando os hacen el primer jaque mate pastor. Es algo así como “Hijo de la gran puta, cuatro días dedicados a saber cómo se mueven las piezas y tu va y me tumbas con malas artes, maricón!”. Y te quedas ahí, clavado y no puedes ni lanzarle un Expecto Patronum.
El ajedrez, como la vida, es un juego empírico. El jaque mate pastor no te lo hacen dos veces.
Volvamos a la rosa mágica. Me di la vuelta y me marché. Acababa de mandarme al carajo, pero de un modo que no había visto nunca antes, y mira que me han mandado veces al carajo!. No se ofendió, molestó o tomó a guasa mi invitación. Simplemente la rechazó como quien declina un poste en una importante comida social, con una sonrisa y un bon affair que me catapultaron al cielo, un instante antes de dejarte suelto y destinado a una caída libre frenética.
¿Qué has de hacer cuando estás en caída libre? No. No hay que abrir el paracaídas, hay que disfrutar del vértigo, disfrutar hasta doblegarlo. Demostrándole al aire que te envuelve que no te está arrastrando él a ti, que es como cuando pegas un polvo, empapado en sudor, jadeando y contorneándote al ritmo de una música que marca el deseo, sonriendo y, en el momento del orgasmo, abres el paracaídas para demostrarte, a ti mismo, que ni la mujer de tu vida te va a hacer otro mate pastor.
Es una pena que hace quince años aprendiera a jugar al ajedrez. Ya sabía qué cara poner, por eso me volví con una sonrisa y follándome al aire.
Neón.
Se despertó y se puso mi camiseta. Sabía, de tantas otras veces, que a mi me encantaba verla así. Yo llevaba despierto ya un buen rato, pero me hice el dormido, quería ver qué hacía. Y no hizo nada.
- Se que estás despierto, así que deja de hacer el tonto.
- Creo que por esto me enamoré de tí.
En reaidad no estaba enamorado de ella, o eso creo, pero, del mismo modo que ella se ponía mi camiseta, yo decía ese tipo de cosas. Es lo que tiene jugar a ser dos.
- Desayunamos?
- No te apetece un polvo?
- Sí, estaría bien, pero tengo hambre, anoche apenas cenamos.
- Anoche me violaste.
- Bueno, tu te dejaste.
Ya no recuerdo quién dijo qué frase, pero eso da igual.
- Bien, va, vamos a a cafetería.
- Por qué nunca desayunamos en tu casa?
Mierda. Sabía que, tarde o temprano, tendría ésta conversación. Para mi la cocina es el campo de batalla definitivo.
Hay dos tipos de mujeres (tabién de hombres, imagino, pero yo tengo badajo y hablo de ellas, por ahora no follo con otros tios), con las que desayunas y a las que les pagas un taxi después del polvo. Eso lo sabemos todos. Lo que yo sabía y os quiero contar es lo que pensé entonces, el primer grupo, es subdivisible en otros dos grupos. Están a las que llevas a desayunar a una cafetería y con las que desayunas en tu cocina. Y joder si hay diferencia...
Meter a alguien en tu cocina es como presentársela a tus viejos. No tengo la menor duda de ello. Tragué saliva.
- Está bien, vayamos a la cocina. Yo te preparo el desayuno.
Y aquí estamos, en mi cocina, ella con mi camiseta y sus braguitas, yo con mi calzoncillo. Pocas palabras, muchas miradas, un cenicero con dos cigarrillos encendidos que se cansumirán sin haberles dado más de dos caladas, dos tazones enormes llenos de café con leche, un par de curasanes y tostadas con mantequilla, las suficientes tostadas con mantequilla como para alimentar a toda una compañía alemana de Panzer.
Bien, parece que la cosa va francanente bien. Empiezo a creer que no he hecho mal al meterla en mi cocina. Respiro.
- Qué callado estás, no?
Empieza el show. Mierda.
- Hola? Me oyes?
- Me gusta desayunar en silencio.
- Eso no es verdad, he desayunado contigo muchas veces y siempre hemos hablado.
- Siempre hemos desayunado en una cafetería, nunca en mi cocina.
- Y?
- Y nada, déjalo estar.
- No, no lo dejo estar, qúe pasa?
- No pasa nada de nada, ya te lo he dicho.
- Ya, claro.
- Ves porque nunca hemos desayunado en casa...
- Porque en tu casa te vuelves gilipollas, parece ser.
Bang!! Ya está. No recuerdo exactamente qué pasó después, o recuerdo a retales... Primero me eché a reir, ella a llorar, yo me reí más, y ella lloró más. Se levantó y se largó a la habitación, a los diez minutos salió vestida, me tiró la camiseta a la cara al pasar por la puerta de la cocina y me dijo adios.
Y yo, bueno, yo me quedé allí, con los curasanes, las tazas de café, las tostadas y el silencio. Acabé de desayunar solo. Me duché y vestí, encendí el movil y borré su número. Se había acabado. No hay peor juez que la luz blanca de la cocina.
Pan.
Cuentan que cuenta el cuento que al país de Nunca Jamás se llega doblando a la izquierda en la segunda estrella. Nosotros no podemos alcanzar ese destino, ya que necesitaríamos polvo de hada, y a las hadas que conocemos es difícil robarles polvos...
A causa de no poder pillar un avión hasta Nunca Jamás hemos de crearlo en nuestra realidad. Crear nuestro propio Nunca Jamás, un mundo donde encontremos piratas, indios y sirenas... un mundo donde estar rodeado de niños perdidos, un mundo donde el mayor de los problemas se llame Garfio y donde corramos el riesgo de ser devorados por un cocodrilo gigante que haga "tic-tac".
No consiste en tomarse las cosas a risa, en pensar que todo es Jauja y vivir despreocupados, eso nos transformaría en inconscientes, en insensatos e irresponsables, y, eso, es un montón de mierda. Quiero crear algo mucho más real.
Lograr un equilibrio entre la realidad y la ensoñación. Entre el asfalto y las nubes. Entre Ares y Morfeo. Si te tomas la vida demasiado en serio acabas con una hipoteca, un jardín y un perro, pero muerto sin haber sido enterrado, aún; si te tomas la vida demasiado en broma te atropella un jodido autobús.
No es sencillo darle a cada situación, persona, o acto, la importancia que merece, de hecho, hasta que aprendes a empezar a hacerlo te llueven ostias por todos lados...
Un día te despiertas y, mientras te lavas la cara, el agua te aclara las ideas. Las neuronas empiezan una orgía de dos pares de cojones, y ya sabemos que a esas no hay Dios que las pare. Te miras a los ojos en el espejo, una vez fijada la mirada puedes hasta cerrar los ojos, la retienes, grabada a fuego en la retina, y te dices: "Quién eres? Qué quieres? A qué temes?"
Cuando cierras cada uno de esos tres interrogantes con una exclamación toda rueda hacia abajo, y sin frenos, vas lanzado. Ya no sabes si valoras, o no, las cosas como tocan, pero te la jode, ahora la escala la pones tú. Decides afrontar lo que temes, decides buscar lo que quieres y sabes que haces lo correcto porque tienes claro quien eres.
Entonces empiezas a conocer a los indios porque con ellos fumas la pipa de la paz, con las sirenas te bañas cada madrugada, el polvo de hada lo esnifas, del cocodrilo sacas dos zapatos y un maletín cojonudos, y su "tic-tac" deja de asustarte y ahora sólo te dice "date prisa viejo-tic, que el tiempo corre-tac"... a los piratas los conoces por su nombre de pila, ya no asustan, ahora beben ron contigo... y Garfio, bueno, todos conocemos a un, o una, Garfio, si evitas que te destripe todo irá bien. Los niños perdidos pasan a ser hombros en los que apoyarte, manos que te levantan y carcajadas de madrugada, buenos bastardos para tiempos peores. Wendy... bueno, ya sabéis que Wendy nunca entendió, demasiado bien, Nunca Jamás, que se joda. El resto ya sabéis, doblad a la izquierda en la segunda estrella, y bienvenidos.
Chito.
Era como una guitarra. Preciosa. Perfecta en forma, uno de esos objetos que sólo con mirarlo te dan ganas de poseerlo. De hecho, muchas fueron las manos que la tocaron, tratando de hacer música con ella, ninguno rasgaba o apretaba del modo correcto, creado, sin pretenderlo, o pretendiendo todo lo contrario, una cacofonía absurda...
Seis cuerdas, cinco sentidos. La cuerda que sobraba era para ahorcarte con ella. Seis cuerdas. Cinco sentido. Una vida más, una vida menos.
Huidas.
Hule a sueños rotos. Todos sabemos que el sudor puede oler a muchas cosas, puede oler a sexo, puede oler a rabia, puede oler a miedo, a avaricia, a celos, a cansancio... puede oler, también, a risas, a mar, a viento, puede oler a fuego o a tierra. Aquel cuarto olía a salado. A congoja.
Giras en la cama y doblas las rodillas, con la falsa esperanza de poder plegarte tanto que desaparezcas. Te abrazas a la almohada, apretando con rabia y desesperación, como Ulises al mastil, huyes de las sirenas, de todas, de ninguna, de ella. Sueñas despierto, no puedes dormir, y las pesadillas, que sabes que tendrás, te mantienen los ojos abiertos. La noche se cierra, como el nudo que hay alrededor de tu garganta, te oprime, te asfixia.
Decides que ya basta. Esto no es lo que quieres. Giras, ahora estás boca arriba y con las manos entrelazadas detrás de la nuca. Las ideas se funden, como en los cuadros, generando pensamientos, modificando recuerdos, cambiando caras y oyendo palabras que no estás seguro de que hayan sido pronunciadas. Es la antesala de la vigilia, dentro de media hora estrás dormido y te despertarás unas horas más tarde. Lo evitas. Esto no es lo que quieres.
Un portazo. Has salido. Dejas el cuarto atrás y te ves en la calle. Lo olvidas todo, andas de forma mecánica por lugares que no conoces, giras las esquinas como quien besa, esperando que lo que va después te cambie la vida... y después... después no hay más que calle, como cuando besas. Los pensamientos se van aclarando.
Recuerdas a tu viejo, en unas vacaciones en el pueblo, hace más de diez veranos, recuerdas como vino a casa, serio, con la mirada ausente, subiendo las escaleras poco a poco, y tú, allí, en el rellano, sabiendo que algo pasa, pero sin tener ni puta idea de qué es... recuerdas la converasión como si acabara de ocurrir, le dices que has hecho un dibujo de Conan porque acabas de ver la película, se lo enseñas con una sonrisa, el lo coje, lo mira, y, alternativamente, te mira a tí, y suelta la frase... Bueno, Dios aprieta, pero no ahoga... Sonríe y se mete en la ducha, y tú ahí, con cara de poquer... Que Dios hace qué? Qué cojones le ocurre a mi padre?... Detrás viene tu madre, nerviosa, se calma y te dice que no podrás volver a ver a la abuela, está muerta, pulmonía.
Acabas de encender otro cigarro, sigues por una calle que no sabes dónde desemboca, no entiendes por qué has pensado en todo aquello ahora, estando sólo en una ciudad ajena, deambulando por la calle porque no podías estar en la cama, en su cama, en tu cama... en vuestra cama... No entiendes nada de nada. Se acaba el cigarro. Esto no es lo que quieres.
Vueves al cuatro, abres la puerta y miras la cama. Está despierta. Se ha movido. Te desnudas y te acuestas. Miras al techo, y lo ves, está ocurro, tan oscuro que parece que la luz no se atreva a entar en aquel santuario al caos... pero, pese a todo, lo ves. La realidad te pega en la cara. Ves las molduras, el marco del baño, un cuadro que una vez se cayó al suelo... Oyes el aire acondicionado, ese aire que te reseca los ojos y te hace llorar... Sientes las sábanas, que se pegan a tu cuerpo como la amnte que nunca tendrás... Por la ventana está Venus, radiante, como siempre, como desde el día que abrió los ojos por primera vez. En la negrura hay luz. No es la propia luz, es el hecho de haberla encontrado.
Estás curado, te has dado cuenta, vuelves a creer en tí, en tus manos, que son las únicas que valen. Sonries. Esto es lo que querías. Dios no aprieta, pellizca.