La Última Fila
FORO! Las notitas de clase
29 abril 2010
 

Éxtasis.


Volvimos a casa en moto, casi en silencio, veníamos de la playa, acabábamos de hacernos el amor en la orilla.

Cuando paré la moto en su puerta tuve la sensación de que nada en el mundo importaba, nada fuera de aquellos ojos almendrados y aquella nariz que, con vida propia, parecía sonreírme.

- Necesito una ducha urgentemente, tengo arena hasta en el ojete.

Ella se ríe, me encanta que ría, me recuerda a otro verano, donde el vino corría a raudales y los besos eran monedas de cambio.

Me dice que suba, está sola, puedo ducharme en su casa. Sufro un amago de erección. Se da la vuelta, se acaricia el pelo y millares de granos de arena caen desde sus cabellos al suelo. Bueno, parece que ella también necesita una ducha…

Entramos por la puerta de la cocina, hace un calor horrible. Ella desaparece unos segundos, y cuando vuelve trae consigo una toalla. Me indica dónde está la ducha.

Cuando el chorro de agua resbala por mi espalda me pongo a recordar el polvo de la playa. Ha estado bien. Profundo, lento, armonioso, musical gracias a las olas del mar… Sin darme cuenta sonrío. Le tengo ganas. Un polvo en la playa está bien, pero es eso, un polvo.

Sigo en la ducha y empiezo a imaginar, realmente, todas las cosas que me gustaría hacerle. Al final he de acabar duchándome con agua fría…

Cuando vuelvo a la cocina ella está sentada en un taburete, pegándole un par de caladas a algo que parce un porro de maría que ha tenido días mejores.

- Me he quedado como nuevo.

- Normal. Ahora voy yo a la ducha. Espérame, podríamos ponernos una peli, o algo.

Ese “o algo” suena a música celestial en mi cabeza.

Mientras la veo ir hacia el baño se quita la camiseta, le veo la espalda desnuda, espalda que tan sólo hace un rato estaba acariciando.

Se mete en el baño. No cierra la puerta. Hoy sé que si hubiera cerrado la puerta no habría escrito nada de esto, pero no cerró la puerta.

Escucho el agua saliendo a presión de la alcachofa, y a la vez un gritillo, lo cual me recuerda que no volví aponer los mandos del agua caliente en su sitio… sonrío pensando que tal vez ella se de cuenta del detalle, he acabado duchándome con agua fría.

Empiezo a imaginarla, desnuda, en el plato de la ducha. Es curioso lo poco que recuerdas del cuerpo de una mujer tras acostarte con ella, claro, en la orilla del mar, de noche, y a tientas… Sé que podría esculpir su cuerpo en barro, mis manos lo han memorizado, pero no podría pintarlo, la vista no ha jugado el partido, sólo lo ha hecho el tacto.

Mientras le doy vueltas a todo esto, la puerta medio abierta empieza a perfilarse como una invitación. La curiosidad, el recuerdo y la imaginación empiezan a ponerme la polla dura.

Dejo de escuchar el correr del agua.

No puedo más, me acerco a la puerta, pongo la mano en el pomo y abro. La encuentro e pie, desnuda, húmeda, doy un paso, me acerco, la rodeo con mi brazo por su cintura, y me miro en esos ojos de almendra que son espejo del alma. Y su alma quiere guerra.

- Sí que has tardado.

Me lo dice con esa coquetería impropia de las damas y propia de las mujeres. La frase me golpea directo, haciéndome reaccionar por puro instinto animal. La levanto del suelo y, más en una acción que parece un empujón, la tiro de espaldas sobre la cama. Tal vez con un poco más de brusquedad de lo estrictamente necesario. Veo que tiene una sonrisa pícara en la cara. La veda se ha abierto. Entra con un all in. Me encomiendo al dios del sexo.

La beso mientras mis manos rozan sus costillas, acerco mi boca a su oreja.

- Voy a follarte, pero eso será dentro de un rato.

La propia frase acaba con un mordisco en el cuello. Gime.

Mis manos tantean sus costados, desde la axila hasta la cadera. He descubierto que una mujer puede correrse si muerdes, tocas, lames o masajeas muchas partes de su cuerpo. Follar es de bárbaros. Provocar, excitar, dominar y lograr que el mundo deje de importar durante un rato, eso debería ser el sexo. Fuerza, sudor y ningún tipo de tapujo.

Empiezo por besarle el cuello, y poco a poco mi lengua va bajando… primero por el pecho, paso sutilmente de centrarme en sus tetas, ya tendré tiempo, bajo un poco más, hasta que mi lengua encuentra su ombligo, y, de ahí, a las caderas. El hueso de las caderas es algo fascinante, si no tiene cosquillas, lo más normal es que con un par de mordiscos empiece a subir al cielo.

Mis manos, ansiosas por jugar, empiezan a recorrer sus piernas, desde la rodilla al interior de los muslos, suavemente, casi rozándola más que tocándola… entonces me agarra de la cabeza, intentando que la suba, buscando, con sus labios, mis labios. Entiendo que hay un momento para cada cosa, y esta vez no es momento de besos a la orilla del mar. Me incorporo, y me quito el cinturón, agarro con el sus dos muñecas y las ato al dosel de la cama. Se deja hacer mientras saca la punta de la lengua y se acaricia los labios con ella. Es la primera vez que veo hacer ese gesto de modo natural. Alza la cadera apoyándose en la punta de los pies, ofreciéndome su sexo, deseosa de más. Sonrío, lo vamos a pasar en grande…

Procuro, con calma, besarle y sobarle cada centímetro cuadrado de su piel, hay momentos en los que reacciona como si le aplicaran corrientes eléctricas, sobre todo cuando empiezo a acariciar mi lengua contra sus ingles, acercándome, sin llegar a tocar su delicioso coño. En una de esas fases de puteo (porque, siendo sincero, estoy puteándola), le meto dos de mis dedos dentro del coño. Ella se mueve, como con un pequeño saltito, saltito que aprovecho para llevar mi otra mano al pliegue de su clítoris y exponerlo, dejándole paso libre a mi lengua. Le lamo, chupo y presiono el clítoris mientras mis dos dedos se acompasan a su respiración, cada vez más rápido, más brusco, más profundo… su clítoris se hincha en mi boca, veo como sus pezones se ponen duros y puntiagudos, noto como su coño se empapa, tanto por dentro como por fuera, y, al poco, cuando adivino que está cerca de correrse, paro. El parón es breve, no más de dos o tres segundos, el tiempo justo para levantar la mirada y ver sus ojos, mirándome como diciendo “¿Qué coño haces parando?”. Sonrío. Un momento de vanidad. Soy terrible, perdón. Vuelvo a la faena. Se corre en silencio, murmurando un breve “jodeeer…”.

Aprovecho para acariciar, en los segundos tras su orgasmo, de nuevo su clítoris mientras mi lengua busca sus pezones… le doy un masaje suave, que, muy poco a poco, va subiendo en intensidad… en menos de un minuto estoy a su lado, viendo como su cuerpo convulsiona en un segundo orgasmo. Tras el segundo me mira, sonríe. La beso. Sonrío. No he acabado con ella. Lo sabe, le gusta, va a por más…

Me pongo a horcajadas sobre ella. Mi polla, dura, acaba encontrando el camino hasta su boca. Ella la devora, intentando zafarse del cinturón, que aún la mantiene atada a la cama. Creo que le da morbo. No la suelto, pero dejo que me la chupe, de hecho me muevo con ella, metiéndole tanta cantidad de polla como puedo en la boca. La violencia sube un punto. Sigue devorándome. Le gusta.

Le doy la vuelta. Ahora está atada y de espaldas. Le muerdo la nuca. Pocas cosas excitan tanto la imaginación como un mordisco en la nuca, tal vez, como mucho, la incertidumbre de la próxima acción. Yo eso lo sé, y lo aprovecho.

- Ahora vengo, voy a la cocina.

No tardo más de veinte segundos, abrir el congelador y localizar el hielo. Vuelvo al dormitorio con un par de cubitos en las manos. Empiezo a recorrer con uno de ellos su espalda. Reacciona intentando evitarlo mientras me llama idiota, pero no puede reprimir una risa. Mientras mi mano izquierda juega con el hielo en sus omóplatos, la derecha, también con un cubito, se la acerco al culo. No llego a tocarla, pero debe de notar el frío, porque vuelve a moverse… por fin, con cuidado, acabo acariciándole el periné con el hielo. Por el roce, y porque va más caliente que la moto de un hippie, el hielo empieza a deshacerse sobre su coño, refrescándola, excitándola y confundiéndola a partes iguales. Me meto el hielo en la boca y lo deshago, guardándome el agua en la boca. Le vuelvo a dar la vuelta, bajo con brusquedad y empiezo a comerle el coño. A pocas mujeres les han comido el coño con agua en la boca. Es algo que debería regalarse al cumplir los 18. Vuelve a correrse.

Creo, firmemente, que me va a estallar la polla. Me acomodo sobre ella, mirándole a la cara. Sin ayuda de nada, más que de esa sabiduría que tienen los cuerpos para acoplarse, antes de que me de cuenta estoy dentro de ella. Penetraciones pausadas y profundas, penetraciones casi violentas. Aguantamos la embestida refugiados en nuestras pupilas. Con las bocas semi abiertas a pocos centímetros de separación. En un momento dado empiezo a profundizar menos, mucho menos, y a aumentar el ritmo, al poco tiempo estoy tirándomela sólo con la punta, pero rápido, muy rápido. Y parece que le gusta. Verle la cara hace que pierda la concentración, y empiezo a temer correrme, hay que evitarlo.

Le doy la vuelta, la pongo a cuatro patas y la monto con dureza. Acerco mi boca a su oído.

- Te voy a reventar.

No dice nada, pero estira los brazos que siguen atados, flexiona del todo las rodillas, apoya la mejilla en la cama y se expone a mi polla. La embisto sin seguir ningún compás, cuando no lo espera, arrancándole un breve gemido en cada acometida. Luego alterno las embestidas con azotes, palmadas en el culo. En la segunda palmada espero algún tipo de reacción.

- Dame más.

Sonrío. Adoro a esta mujer.

Mis dedos empiezan a acariciar su ojete, sé que eso la pone en tensión, por ello mis penetraciones empiezan a pillar un ritmo continuo. En cosa de varios minutos vuelve a correrse, con mi dedo en su culo.

Entonces la desato.

Reacciona con rapidez, con la rabia acumulada de llevar más de una hora siendo sometida. Con lujuria desenfrenada.

Sin saber cómo lo ha hecho, cuando soy consciente me está montando. Tus tetas empiezan un suave contoneo, arriba y abajo, y, al tratar de alcanzarlas ella agarra mis dos muñecas con sus manos. Ahora soy suyo.

Me lleva al orgasmo poco a poco, incluso cuando le digo, pasado un tiempo, que estoy a punto de correrme empieza a bajar el ritmo. Sabe lo que hace. No va a dejar que me corra. Quiere venganza.

Cambia de postura. Sigue sobre mi, cabalgándome, pero de espaldas. De vez en cuando se dobla hacia delante, permitiéndome un primer plano de mi polla entrando en ella y de su culo. Lo hace por provocación, y lo logra. Me corro.

Debe notar cómo la inundo por dentro, porque conforme empiezo a correrme, descabalga y se mete mi polla en la boca. Eso destruye las pocas defensas hábiles. Me acabo de correr entre espasmos en su boca. Cuando vuelvo a mirar me sonríe, y sin apartar la mirada, traga…

Sube a mi lado a tiempo que nos echamos los dos a reír. Busca un huevo con su cabeza al lado de mi axila, jugamos enredando las manos, acariciándonos el pelo, casi en silencio, besándonos hasta que, poco a poco, nos vamos quedando dormidos.

Probablemente nos encontremos dentro de un rato, en sueños.


26 abril 2010
 
Tabaco.

La mayoría de exfumadores dicen lo mismo. Un día me desperté y me dije, no voy a volver a fumar, y así fue, lo dejé. Eso es mentira. Lo sé porque soy exfumador. Mienten. Mentimos. Antes de “ese día”, el exfumador ha pasado semanas, meses, o años, convencido de que lo debía dejar. De hecho mi teoría es que los exfumadores lo dejamos por aburrimiento. Estamos tan aburridos de nosotros mismos que decidimos dejarlo. También puede ser que se trate de miedo, en vez de aburrimiento.

El proceso es, más o menos, el siguiente. Darte cuenta de que fumar es malo, y dejarlo. La mayoría de la gente dice saber que fumar es malo. Yo creo que sólo los exfumadores saben que fumar es malo. Cuando te das cuenta de que fumar es malo, lo dejas.

La gente, sobre todo los fumadores, me miran y piensan (algunos hasta lo dicen) que soy un cretino. Lo piensan (o incluso algunos hasta lo dicen) porque consideran que estoy insultando su inteligencia al sugerir que ellos no saben que fumar es malo. En realidad tal vez tengan razón, tal vez sea un cretino.

Yo dudo que sepan que fumar es malo, pero no lo achaco a su inteligencia, lo achaco a su sistema de medida. Ellos no saben cómo de malo es fumar. Si lo supieran lo dejarían. Pero no de forma inmediata. Ese es el verdadero problema.

Cuando te das realmente cuenta de cómo de malo es el tabaco, sólo puedes hacer una cosa. Dejarlo. De forma fulminante y para siempre. Nada. Nunca. Ni una calada más en toda tu vida. El problema es el tiempo necesario en convencerte de que no vas a volver a fumar. Si fuésemos capaces de darnos cuenta y dejarlo en el segundo siguiente el mundo cambiaría. No de la noche a la mañana. Sería necesario un tiempo, el tiempo que tardase el último fumador en darse cuenta de cómo de malo es el tabaco, o, en su defecto, esperar a que muriera.

Cada uno, a su ritmo, una vez sabe que el tabaco es malo, se ha de convencer de que debe dejarlo. ¿Qué lo impide? Bueno, una parte muy importante de no dejarlo de forma automática viene dada por la adicción de nuestro cuerpo a la nicotina. Es una adicción física. Se pasa con el tiempo. Todo exfumador es muestra evidente de ello. Otro freno, tal vez más importante, sea, según dicen la adicción psicológica, o sea, que quien en realidad cuestiona nuestra inteligencia es el tabaco. Parece que hay cretinos por ambas partes.

Si verdaderamente es el tabaco quien impide que dejemos al propio tabaco estamos realmente jodidos. Cuesta, mucho, aceptar que vas a perder ese placer indescriptible del humo entrando en tus pulmones. Ese cosquilleo al expulsar el humo por la nariz. Ese color amarillento entre el índice y corazón… Lo digo en serio. Es, de un modo u otro, placentero.

Y ni hablar quiero del cigarrillo de después de comer, o ya, el sumun, el cigarrillo de después del polvo. Vamos, sólo por esos momentos hay días que vale la pena despertarse. Estoy hablando totalmente en serio. El tabaco hace feliz a muchísima gente. Sobre todo a sus fabricantes.

Además, en las distancias cortas es letal. Que levante la mano quien no ha pedido u ofrecido fuego pensando “Te iba a pegar tres sin sacarla, morena”. A veces, hasta funciona, y te acabas fumando el cigarrillo de después del polvo a medias. El cielo.

Total que sí, que el tabaco es delicioso. Que yo mismo me estoy planteando bajarme al estanco y comprarme suficientes cartones como para hacerme un fuerte. Pero no voy a hacerlo. Yo sé que el tabaco es malo. Y lo sé de verdad.

No voy a contar cómo de malo es el tabaco, eso, si lo queréis descubrir, es cosa vuestra, en cambio puedo asegurar que una vez dejas el tabaco ves la vida de otro color. Literalmente. Todo es más fácil. Es una sensación de liberación doble. Por un lado, has dejado el tabaco, por otro lado te sientes bien contigo mismo. Se han acabado los exámenes de conciencia, los reproches en el espejo, la angustia que precede al sueño. Se han acabado muchos de los problemas que tenías, pero lo mejor de todo es todos los problemas que te has evitado en el futuro. Porque, al final, sólo pueden pasar dos cosas, que seas fumador, o que seas exfumador el día que la palmes.

Si eres exfumador cuando la palmes, cada día que sigas fumando hasta que te des cuenta de que el tabaco es malo estás destrozándote la vida. Déjalo hoy.

Si eres fumador cuando la palmes siento haberte hecho pasar este mal rato, ya sabes, insiste en que yo soy un cretino y punto. Quedará entre tú y yo.

Aviso a la tripulación, donde dije tabaco, pensad en cierto tipo de mujeres... es que si hubiera empezado por ahí me hubiera puesto de mala ostia antes.



07 abril 2010
 
Renglones.

Las comas, los puntos, paréntesis y signos, las faltas, epítetos, exageraciones y fábulas.

La vida es escritura, pausas y parones, explicaciones, y glosas, muchas anotaciones a los márgenes, divagando sobre lo escrito. Momentos en los que cierras los ojos, abrazando a la almohada, tratando de ordenar los pensamientos, jurándote que donde había exlcamaciones, la próxima vez sólo serán paréntesis. Planteándote dónde está la frontera entre la introducción y el nudo, y cuándo éste se torna desenlace.

Como si un mal guionista hubiera tomado tu control recuerdas frases dichas que hieren, y otras no dichas que matan. Recuerdas reproches, argumentaciones vacías y la puta existencia de un narrador omnisciente, capaz de jugar con el ir y venir del tiempo, mientras tú, lector y parte activa de la historia, permaneces dentro de la incertidumbre básica del texto, de tu vida.

Si alguien, alguna vez, fuera a leer esa misma historia, poco te importarían las formas, te centrarías en el fondo, en dejar claro el mensaje, en crear esa curiosidad y ansiedad que el ávido lector agradece. Pero es mentira, cada lector está ocupado en leer su historia, no hay tiempo de abrir otras, por muy atractivas que sean las portadas. Eso, justamente eso hace que no te centres tanto en el fondo, y que te pierdas en la forma, y que haya decenas de páginas narrando paisajes, y describiendo ciudades, y olores, y pasiones, y procesando el color de las llamas en lugar de hacer llegar el calor de las mismas. Porque, seamos serios, de las llamas importa más su calor que su color, pero este último es más atractivo, más vistoso, danzante y armonioso. Ese color empalaga y te fuerza a acercarte, aún cuando recuerdas que en los primeros capítulos de tu libro, en aquellas páginas lejanas, aprendiste que el fuego quema.

De vez en cuando, por el placer de oír narrar tu historia a otra persona, decides juntar libros, crear segundas partes, perderte en los anexos, en los agradecimientos o en el índice, a sabiendas de que poca gente se centra en esos detalles, pero con la vaga esperanza de saber que si sólo una persona se deleita con ellos habrá sido suficiente.

Cada uno tiene su historia, con sus comas, y con sus puntos y aparte. Algunas, las más osadas, cuentan con millares de páginas, otras son breves, algunas son ensayos, o manuales técnicos, otras poesía, o grafiti en alguna pared medio derruida. Las hay que son letras de canciones, y, por tanto, más que leerlas hay que escucharlas. Otras, en cambio, vienen en idiomas oscuros, lejanos y antiguos, o sin usar palabras, simplemente dibujos inseguros, trazados con mano temblorosa y repletos de vivos colores.

Las hay con un protagonista, o con dos. Las hay con villanos, brujas y madrastras, también con princesas, perdices y muchísimo aburrimiento después del capítulo veintiséis. Las hay con final abrupto, y otras interminables, o que recogen el testigo de unas anteriores. Las hay contundentes y otras que no lo son tanto.

Algunas están plagadas de humor, otras son eróticas, y las más, simplemente tristes. Como en los grande clásicos, una cosa es lo que su escritor quiere plasmar, otra lo que entiende en que lo lee, y otra muy distinta lo que el protagonista viva.

Yo me he encontrado con mi autor hace un rato, estaba en un taburete de un bar, apoyado en la barra, el cabrón se había puesto tibio a Jack Daniel´s. No le he recriminado nada, y me ha dicho que llevaba tiempo esperándome, parece ser que está bloqueado, que las musas le han abandonado, que se ha quedado sin tabaco… mientras me lo contaba ha sacado el sable, y yo, mísero de mí, me he dejado sablear. Nos hemos reído un rato, me ha contado su historia, me ha hablado de sus hijas. Tiene la voz pausada de quien piensa mucho cómo dice lo que dice. Cuando le he tirado de la lengua ha confesado, el bastardo. Conoce el final de la historia, pero no sabe cómo rellenarla. Le he pedido pistas y se ha cerrado en banda, dejándome una sensación de ingravidez en el estómago.

Ahora, ya alejado de aquel bar, y habiendo sufrido la resaca, me enfrento a la realidad de realidades y pienso que alguien, en algún sitio está narrando cómo escribo yo esto.




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