Marcos.
Recuerdo que ayer era rico con quinientas pesetas. Ciento noventa constaba el paquete de Fortuna. Cien pesetas los chupitos de tequila. Veinte el paquete de pipas. La merienda era de chocolate, y se cenaba a las nueve y media.
Recuerdo, vagamente, las primeras noches con camisa, aquellos besos inexpertos, botones que caían uno a uno, descubriendo sujetadores imposibles de abrir con una mano, de color blanco inmaculado. Recuerdo letras de canciones de tres acordes, juegos de cartas y futbolín con los amigos.
Recuerdo cuando ir abrazado por la calle implicaba tener novia, recuerdo medias palabras susurradas, y paraules de amor sencilles i tendres. Recuerdo aprender a montar en bicicleta sobre caminos de grava, con la intención de dominar lo imposible para que lo normal resultara más sencillo.
Recuerdo cuando los vaqueros eran una prenda que sólo te ponías en pascua. Los deberes. La tabla del siete y las listas de las preposiciones. A nosotros no nos enseñaron la lista de los reyes godos, pero seguro que alguno la recuerda aún...
Recuerdo desayunar a las doce del medio día, a las tres de la tarde, e incluso a las diez de la noche. Recuerdo películas, sin saber con quien las ví, y también recuerdo con quién vi películas, sin recordar qué películas eran.
Recuerdo cuando las rubias eran rubias, las morenas, morenas, y las castañas seguían protegidas por sujetadores blancos, imposibles de abrir con una mano.
Recuerdo la cara de amigos que han desaparecido, los cursos de inglés que servían para ligar con chicas, y los cursos de inglés donde no habían chicas. Recuerdo clases de piragüismo que me salieron caras, partidas de póquer donde se apostaba el bonobús y las primeras pajas que me hice.
Recuerdo poesías aprendidas a base de repetición, recuerdo las primeras canciones de Sabina, a mi madre escondiendo el regalo del día del padre, y a mi padre dibujándome las láminas de diédrico.
Recuerdo el nacimiento de dos de mis hermanos, las tardes lluviosas de abril, y los meses de reformas. Recuerdo camareras vestidas de rojo, clases de conducir y que aprendí cómo limpiar un fusil.
Recuerdo nocheviejas con traje, tebeos de la Marvel y Milo Manara. Recuerdo profesores que nos hacían soñar, gente lista, y gente estúpida...
Recuerdo, si me esfuerzo, aquellos años en los que la verdad y la mentira eran una línea difusa que, trasladada unos metros, garantizaban polvos prohibidos en baños públicos.
Supongo que el día de mañana recordaré más cosas. Recordaré como me ayudaron a pintar el piso, recordaré que la pasta repite, recordaré canarios escayolados, alemanes del Barça, lecciones de derecho, golpes de boxeo y a una rubia vanidosa.
Sólo espero que el cariño que le tengo a las pesetas, a los chupitos, a las pipas, al chocolate, a las camisas, a los besos, a los sujetadores, a las canciones, a las cartas, al futbolín, a las novias, a las palabras, a las bicicletas, a los vaqueros, a los deberes, a la tabla del siete, a las preposiciones, a los desayunos, a las películas, a las rubias, a las morenas, a las castañas, a los amigos, a los cursos de inglés, a las piraguas, al póquer, a las primeras pajas, a las poesias, a Sabina, a los regalos furtivos, al diédrico, a las fechas señaladas, a las gotas resbalando por los cristales, a las camareras, a las clases de conducir, a los fusiles, a las nocheviejas enguantadas, a los tebeos, a los profesores, a la verdad y a la mentira sea poco, muy poco, con el cariño que le tendré a los que pintan pisos, a los que cocinan pasta, a los que se rompen cosas, a los profesores de derecho, a los que imprimen estas páginas, y a alguna rubia vanidosa...
Si somos lo que vivimos, no nos olvidemos de que vivimos con quien nos rodea, va por vosotros, por los que han demostrado estar ahí cuando no ha hecho falta, por los de las horas muertas, por los de las risas y las carusas, por los bastardos que pivotan entre mi pasado y mi futuro, haciendo de un presente, mi presente.