La Última Fila
FORO! Las notitas de clase
31 enero 2009
 
Joaquín.

Muchos le habrán conocido en otras de sus facetas, esta es sólo mi visión personal.


Cuando yo nací él tenía 76 años.


Según me han contado, pasé muchas horas corriendo por los pasillos de su casa, armando jaleo.


Recuerdo que era él quien me recogía del colegio, me hacía la merienda y me leyó los primeros libros sin dibujos. Una vez me dijo que cuando aprendiera a leer no pararía nunca.


Iba siempre con traje y corbata.


Todos los domingos venía a casa a comer cocido, le encantaba. Luego se echaba la siesta en una de nuestras camas. Por la noche la almohada aún olía a su loción de afeitar.


Sonreía cuando agarrábamos pataletas por tener que estudiar, y se reía a carcajada limpia gateando con mis hermanos pequeños por el pasillo de casa.


Por muy ocupado que estuviera, siempre tuvo tiempo de prepararnos la merienda, leernos un cuento o salir a dar una vuelta.


No contaba batallitas, se interesaba mucho más por lo que nosotros pudiéramos contarle, dándonos a entender que su pasado jamás podría competir en importancia con nuestro presente.


Nunca me aleccionó, pero sí me dio consejos, con una voz lenta y firme. La voz que tiene alguien que ha vivido muchas más cosas de las que hubiera deseado.


Aquellos consejos no eran sentencias. No marcaba el camino que debíamos seguir, te explicaba cómo abrir tu propio camino.


Hizo muchas cosas en su vida, algunas salen en los libros. Pero los libros nunca podrán recoger cómo hacía que nos sintiéramos la gente a la que amó.


La devoción con la que hablaba de su esposa era algo que vivirá eternamente en todos los que le conocieron.


Cuando algo no le gustaba, lo decía. Era transparente y claro. Contundente, y justo. Tenía un sentido del humor que habría sorprendido a más de uno.


Cuando las cartas venían malas las jugaba con un estoicismo sorprendente. No se quejó nunca. De nada.


Se desvivía por la gente, no sólo por su gente.


Me quedo con sus risas, al fin y al cabo, él siempre fue feliz y estoy completamente seguro de que habría dado todo lo que tuvo para que nadie estuviera triste ahora.


Era una persona buena.


Era mi abuelo.



30 enero 2009
 

Borrones.


A los siete años cambió el lápiz por el bolígrafo.


Se llamaba Mario, le conocí hace unos días. Su historia es la de tantos otros, un pequeño cuento que todos deberíamos oír alguna noche, antes de irnos a dormir.


Mario era nervioso, inquieto y vital. Era el tipo de niño al que los desconocidos siempre le decían cosas como “¿Tus padres no te han enseñado que no se contesta a los mayores?”. Él siempre pensaba lo mismo “No entiendo que pretendes que haga ahora, ¿te contesto que no me lo han enseñado?”. Aquel tipo de pequeños cortocircuitos internos que se producían dentro de su cabeza le fascinaban.


Empezó a pensar muy pronto que había gente tonta a su alrededor. Era un pensamiento puro, sin maldad. Simplemente se dio cuenta, antes que otros, que sólo hay una cosa peor que alguien con poder sobre la infancia, alguien tonto con poder sobre la infancia. Y abundaban.


Los primeros días de segundo de EGB, Don José, su tutor, les explicó que aquel año cambiarían el lápiz por el boli. Un murmullo de agitación se despertó por toda la clase. Mario se quedó en silencio, mirando a Don José.


“Veamos, chicos, silencio, por favor, y os explico. Ya sois mayores, callad… A ver, por ahora habéis escrito con lápiz. Los fallos los borrabais con la goma y seguíais adelante. Bueno, este año empezareis con el boli. No todos los haréis a la vez, seré yo quien os diga cuando podéis pasar del lápiz al boli, vale? Los que mejor escriban con el lápiz, y menos fallos tengan, empezarán con el boli primero, así que portaos bien, y empezad a intentar no cometer fallos, para que os de pronto el boli.”


La agitación fue máxima en la clase. Los niños empezaron a escribir con más cuidado, sacando la punta de la lengua por fuera de las comisuras de los labios, con las cejas fruncidas por el esfuerzo del trazo. Concentrados. Curiosamente aquello les generaba tensión, el trazo era mucho más vigoroso, y la letra más angulosa y grande. Durante unos días se usaron más gomas que en el rodaje de una película porno.


Mario estaba atónito. Incrédulo y preocupado, sudaba al pensar que el poder de borrar sus fallos para siempre tenía fecha de caducidad. Don José iba a juzgar cuando moría el niño y aparecía la triste figura del muchacho responsable de sus actos. Los fallos no se podrían volver a borrar con goma. Serían sucios tachones sobre páginas blancas. La muestra eterna de sus errores. Era pavoroso. No tenían derecho a hacerle aquello.


Mario pensó en las palabras. Son las cosas que dices para hablar con otra gente. Por ejemplo: “buenos días”, o “tengo frío”, o “te quiero”. Cada cosa que dices significa algo, y cuando te equivocas hablando, nadie aparece con un boli gigante y tacha el aire. Nadie deja cuenta de esos fallos. Menos mal! Porque con lo que veía Mario que se equivocaban los mayores hablando, se imaginaba todo el cielo lleno de palabras tachas, como “te odio”, o “luego te llamo”, o “te quiero”.


Fue el último a quien Don José le dio el boli. Mario siempre se ha sentido orgulloso de ello y aún imagina un mundo lleno de borrones.



Powered by Blogger

noviembre 2003
diciembre 2003
enero 2004
febrero 2004
marzo 2004
abril 2004
octubre 2004
noviembre 2004
julio 2005
agosto 2005
septiembre 2005
octubre 2005
noviembre 2005
diciembre 2005
enero 2006
febrero 2006
marzo 2006
mayo 2006
junio 2006
julio 2006
agosto 2006
septiembre 2006
octubre 2006
noviembre 2006
diciembre 2006
enero 2007
marzo 2007
abril 2007
mayo 2007
julio 2007
agosto 2007
septiembre 2007
octubre 2007
noviembre 2007
diciembre 2007
enero 2008
febrero 2008
abril 2008
mayo 2008
junio 2008
julio 2008
agosto 2008
septiembre 2008
octubre 2008
noviembre 2008
diciembre 2008
enero 2009
febrero 2009
marzo 2009
mayo 2009
junio 2009
septiembre 2009
diciembre 2009
marzo 2010
abril 2010
junio 2010
julio 2010
abril 2011