Caos.
El suelo se deshace bajo mis pies. Si en ese momento hubiera tenido una botella en las manos la habría lanzado con furia contra una pared. Una de esas botellas de vidrio delgado que se rompen en mil pedazos. Una botella vacía, así no mancharía nada. Cada uno de los pedazos de ese vidrio delgado me habría devuelto mi propia mirada, una mirada de cansancio y agonía, una mirada cargada de desesperanza, odio hacia mi mismo y reproche.
Agobio. Una sensación de agobio que me impide respirar con naturalidad. El aire pasa a estar formado por polvo, que se me mete en la garganta, haciendo imposible que llegue a los pulmones. Me siento acorralado. Claustrofóbico. Enterrado vivo. Noto como me suben arcadas desde el estómago. Es una de las peores situaciones que recuerdo haber vivido. Paladeo la bilis en la boca.
La puta realidad es que tengo unas ganas enormes de llorar. En vez de eso grito en silencio maldicíendome por ser tan estúpido.
No soy gilipollas, y, en este casos, el sentido común empeora las cosas por momentos. Analizo la situación con precisión quirúrgica. El hecho. Las implicaciones. Los actos. Las soluciones. Todo se monta como una cadena perfecta en la que el eslabón más débil son mis propios nervios. Miedo. Pánico. Repito la cadena: Hecho - Implicaciones - Actos - Soluciones. Lo que más me jode es saberme estúpido. Saber que tengo la solución al alcance de mi mano y pese a todo no ser capaz de agarrarla.
Frio. Necesito frio. Masticar hielo. Poner las ideas en orden. Rehacer la cadena. Añadir nuevos eslabones para que no se pueda romper, o romperla del todo y metérmela por el culo, sólo para autoconvencerse de que hay cosas peores y de que a los pequeños problemas hay que tratarlos como a tales, pequeños problemas.
Retrocedo mientras tecleo para haceros comprender lo que pasa. Tengo un problema entre las manos que me está matando. Me cancero. Sudo. A falta de botella, la que acaba estampada contra la pared es mi camiseta, que, en los últimos siete minutos, se me ha pegado a la piel tratando de meterse dentro de mi. Paro y cierro los ojos. Entonces es cuando veo la cadena. Hecho - Implicaciones - Actos - Soluciones. Veo que el problema es una solemne gilipollez que jamás debería haber alcanzado las dimensiones que me he permitido otorgarle, pero, pese a que me joda, no es el momento, la solucón está ahí pero no puedo llevarla a la práctica.
Todo esto está siendo un poco caótico, no? Supongo que si hablara de mi problema, si os lo explicara, si os dijera, por ejemplo "me he pillado un huevo con la cremallera" o "me acaba de llamar mi viejo, dice que tiene un tumor cereberal del tamaño de un cenicero", todo sería mucho más fácil, pero esa no es la idea. La idea es haceros partícipes del desasosiego que siento. Explicar que mi alma se quema sin decir por qué. Seré más gráfico. Imaginar follar con un grano de sal gorda dentro del condón. Incluso ahora me dejo llevar por el cinismo.
Dejo de retroceder mientras tecleo. Vuelvo al presente. Hecho - Implicaciones - Actos - Soluciones. Conozco la solución, se lo que debo hacer para que todo vuelva a su lugar, pero el agobio es tan grande que no tengo forma de llevarla a cabo. Si mi vida fuera un videojuego y tuviera un par de "Continues" este sería el momento de pegarme un tiro para poder empezar hace unas horas y sobrellevar las cosas de otro modo. Pero mi vida no es un videojuego. El caso es que conmigo he arrastrado a otra persona, y eso es lo que no me perdono, eso es lo que retroalimenta las arcadas, la bilis, los reproches, el fuego. Me odio a mi mismo.
Justo un segundo antes de explotar, justo un segundo de cruzar esa línea que puede hacer que todo se vaya a la mierda, justo un segundo antes del caos infinito, justo ahí es cuando giro la cabeza.
En la cama, con el pijama puesto y desde detrás de unas gafas de montura de pasta roja me están mirando unos ojos. Estamos a un par de metros, pero jamás me he visto a mi mismo con tanta nitidez como en ese momento, reflejado en sus ojos. Lo que veo hace que todo se ponga boca abajo. Veo preocupación. He tensado tanto las cosas que lo que debería ser odio, aburrimiento o compadecimiento es unicamente preocupación. Ella se está preocupando porque sabe que las cosas no deben ser como están siendo. Se preocupa por mí. Ahí digo basta. Ahí el problema desaparece y me lanzo a abrazarla como si me hubiera vuelto loco. Ahí recuerdo quién soy, qué quiero y qué temo realmente. Ahí todo se desvanece y el rojo que teñía mi visión pasa a ser un "amarillo polvo de hada".
No se si te lo habré dicho alguna vez, pero gracias por estar donde haces falta.
Islas.
Audrey no se cansaba de mirarles. Bueno, tampoco tenía más opciones, es lo malo de ser un póster. Llevaban en la cama todo el día, las últimas doce horas las habían pasado viendo películas y fumando porros, risas, polvos, enfados, un todo absoluto que hacía que aquella habitación, hecha una auténtica pocilga, fuera todo su universo...
Ella estaba en la cocina, había dicho que la cena corría de su cuenta, y en el momento de largarse se había arrepentido de la promesa, estaba demasiado fumada y perezosa como para moverse a cocinar… pero una promesa es una promesa, los dos lo sabían, por eso todo funcionaba.
Gilipollas. Gilipollas fue lo último que Él oyó antes de ver cómo se iba a hacer la cena, sonrió. Su genio, eso era lo que le volvía loco de Ella. Capaz de poner cara de tonta quinceañera y capaz de intimidar a Ben, en malo malísimo de Lost, si se lo propusiera.
Doce horas son muchísimas horas. Habían pasado en la cama doce horas, hablando. Bueno, doce horas menos el rato que Él se fue a por la comida, pero volvió con doce rosas amarillas. Volvió con rosas amarillas por ver la sonrisa en la cara de Ella, la verdad es que valía la pena. Doce horas habían pasado en la cama hablando, doce rosas amarillas habían sido testigo.
Desde siempre les sorprendió el poder aguantarse. No se aburrían el uno del otro. Hoy habían recordado su historia. Es una historia de esas de película francesa con banda sonora de pianitos. Pese a todo, y como todo, esta historia es resumible. Complicidad. Todo se basaba en eso, eran cómplices. Cómplices en todo. Como cómplices que eran podían ser sinceros. Y como sinceros que eran podían ser felices.
Mientras Ella hacía la cena, Él miraba una pantalla y escribía estas líneas. Por una puta vez en mi vida estoy completamente seguro de algo. La felicidad existe. Es tangible y visible. Es real… y no necesita ayuda en la cocina.