Arena.
Pasan unos minutos de las cuatro de la madrugada. Agosto se desangra, y en pocos días la Noria volverá a girar. El final del verano siempre me ha parecido algo trágico. No por ser el fin de las vacaciones, que hasta hace bien poco las pasaba estudiando, por algo más. Una sensación rara, en la boca del estómago.
Empezó hace unos años, al deshacer una maleta llena hasta los topes de ropa sucia y sueños. La ropa se logró limpiar. Venía de abrir muchísimas puertas, y tuve que aprender a cerrar algunas de ellas. Chirriaron, las muy putas. De las que se quedaron abiertas, atravesé una y me transportó a un lugar mágico, a mi presente.
Desde entonces hasta hoy, cada final de Agosto, al menos una noche, noto la misma sensación en la boca del estómago. Pensaba que este año no iba a ocurrir, pero aquí estoy. Pasan unos minutos de las cuatro de la madrugada, y aquí estoy.
Vengo de pasear solo por la playa, era inmensa y oscura, sólo iluminada, en rítmica sucesión de segundos, por un haz de luz. La luz de un faro. He caminado hacia él por la orilla. Uno, dos, tres, luz. Uno, dos, tres, luz. Uno, dos, luz. Uno, dos, luz. Ese era el ritmo del faro. Lo sé porque me golpeaba en la cara, iluminándome. La arena estaba helada. A lo lejos, sobre las dunas, se adivinaban parejas de amantes y muchachos con botellas de vidrio. Sobre mí, había estrellas, a mi izquierda, rompían las olas.
Sin saber muy bien por qué, le he pedido, por favor, silencio a Sabina, me he sentado y, como tantos millones de personas antes que yo, me he quedado mirando las olas.
En algún libro leí una vez que el hombre tiene una especie de fascinación secreta por el mar, es cierto. Ya sea el pirata de Espronceda buscando Ítaca y amenazado por una gran ballena blanca o un niño con pañales, gorro, pelota y mucha crema protectora. Todos nos sentimos atraídos por el ronroneo de de las olas.
Le he preguntado a mi estómago por qué notaba un nudo. He hecho trampa. Tenía la respuesta de antemano, de hecho creo que tengo la respuesta desde el mismo día que hice una maleta que luego acabó llena hasta los topes de ropa sucia y sueños. Aquel día, el de la maleta, descubrí la Incertidumbre, y cada final de Agosto, de un modo u otro, vuelvo a bailar con Ella.
Ni siquiera me parece original, y supongo que a todo quisqui le pasa, pero a veces uno ha de sentarse en la orilla de una playa, solo, de noche, con un cielo estrellado y la arena helada, y ponerse a ver el romper de las olas, dejando que la espuma te arrase el alma, y devuelva al mar todo lo que le pertenezca.
Al tiempo, cuando has dejado incluso de pensar, notas la indescriptible sensación de tener la conciencia tranquila. Entonces, casi de forma automática te levantas, le pides a Sabina que vuelva a mecerte, y te vas caminando, iluminado rítmicamente por un faro, hacia casa, y llegas, y te acuestas, y te das cuenta de que el nudo del estómago ha desaparecido, y sonríes porque sabes que has vuelto a bailar con la Incertidumbre.
Esta vez ha sido un tango descarnado, con rosa y sin beso, maravilloso y extenuante.
bajarme los panatalones, saltar la valla recién pintada y cantar canciones que siempre existieron entre ella y su yo
Mañana acojonaba, y eso que sólo eran boyas...