Borrones.
A los siete años cambió el lápiz por el bolígrafo.
Se llamaba Mario, le conocí hace unos días. Su historia es la de tantos otros, un pequeño cuento que todos deberíamos oír alguna noche, antes de irnos a dormir.
Mario era nervioso, inquieto y vital. Era el tipo de niño al que los desconocidos siempre le decían cosas como “¿Tus padres no te han enseñado que no se contesta a los mayores?”. Él siempre pensaba lo mismo “No entiendo que pretendes que haga ahora, ¿te contesto que no me lo han enseñado?”. Aquel tipo de pequeños cortocircuitos internos que se producían dentro de su cabeza le fascinaban.
Empezó a pensar muy pronto que había gente tonta a su alrededor. Era un pensamiento puro, sin maldad. Simplemente se dio cuenta, antes que otros, que sólo hay una cosa peor que alguien con poder sobre la infancia, alguien tonto con poder sobre la infancia. Y abundaban.
Los primeros días de segundo de EGB, Don José, su tutor, les explicó que aquel año cambiarían el lápiz por el boli. Un murmullo de agitación se despertó por toda la clase. Mario se quedó en silencio, mirando a Don José.
“Veamos, chicos, silencio, por favor, y os explico. Ya sois mayores, callad… A ver, por ahora habéis escrito con lápiz. Los fallos los borrabais con la goma y seguíais adelante. Bueno, este año empezareis con el boli. No todos los haréis a la vez, seré yo quien os diga cuando podéis pasar del lápiz al boli, vale? Los que mejor escriban con el lápiz, y menos fallos tengan, empezarán con el boli primero, así que portaos bien, y empezad a intentar no cometer fallos, para que os de pronto el boli.”
La agitación fue máxima en la clase. Los niños empezaron a escribir con más cuidado, sacando la punta de la lengua por fuera de las comisuras de los labios, con las cejas fruncidas por el esfuerzo del trazo. Concentrados. Curiosamente aquello les generaba tensión, el trazo era mucho más vigoroso, y la letra más angulosa y grande. Durante unos días se usaron más gomas que en el rodaje de una película porno.
Mario estaba atónito. Incrédulo y preocupado, sudaba al pensar que el poder de borrar sus fallos para siempre tenía fecha de caducidad. Don José iba a juzgar cuando moría el niño y aparecía la triste figura del muchacho responsable de sus actos. Los fallos no se podrían volver a borrar con goma. Serían sucios tachones sobre páginas blancas. La muestra eterna de sus errores. Era pavoroso. No tenían derecho a hacerle aquello.
Mario pensó en las palabras. Son las cosas que dices para hablar con otra gente. Por ejemplo: “buenos días”, o “tengo frío”, o “te quiero”. Cada cosa que dices significa algo, y cuando te equivocas hablando, nadie aparece con un boli gigante y tacha el aire. Nadie deja cuenta de esos fallos. Menos mal! Porque con lo que veía Mario que se equivocaban los mayores hablando, se imaginaba todo el cielo lleno de palabras tachas, como “te odio”, o “luego te llamo”, o “te quiero”.
Fue el último a quien Don José le dio el boli. Mario siempre se ha sentido orgulloso de ello y aún imagina un mundo lleno de borrones.
Pau con borrones, o sin ellos se te echaba de menos..
Pd: Sabes. Estoy pensando en que son gracioso los tiempos que corren, mi sobrina está viviendo esa transición del paso del lápiz al boli, pero ahora hay un paso intermedio, y la “senyo” como ella le llama, ha pedido a todos los alumnos que compren bolis que se pueden borrar.. como cambian los tiempos¿ no crees?
pero nunca nadie descubrió que fue en segundo cuando empezé a experimentar el placer de escaquearme de las tareas asignadas siempre articulando una buena excusa; y todavía más la inmensa satisfacción al perjudicar a mi perfectísimo grupo de compañeros de trabajo que siempre perdían el primer puesto debido a mi torpeza. En relidad reía dentro de mi, mientras ellos no podían evitar una cierta actitud omnicomprensiva, sí, me hago de querer
pero lo del boli me traumatizaba, joder, odiaba el lápiz : nunca era definitivo, siempre cabía la duda, volver a comenzar; yo prefería tropezar y tachar, ahí comenzo mi neurosis respecto a lo completo, circular y perfecto... Eludí esa ansiedad de no transmutación de la mina a la tinta gracias a las fantasías de un compañero que me informó secretamente de que en tercero recibiríamos la pluma y que eso era puro arte, adulto, hermoso...
Cuando alguién me preguntaba decía que seguía con el lápiz porque yo aspiraba a la estilográfica, aún la estoy esperando...
¡qué coño! voy a reglarme una por San "Ballantines"