Proyección.
El otoño había entrado ya en sus vidas. Frío y huraño, recordando la caducidad de todas las cosas. Para combatirlo, se apretaron más en la cama.
Rozaban las cuatro de la madrugada y la persiana no cerraba bien, así que cada pocos segundos la habitación se veía inundada por barridos de luces provenientes de los coches que a esas horas conducían por la calle, era como tener una habitación cerca de un faro. De forma mágica, rítmicamente, las luces se sincronizaron a ellos, a sus besos, a sus caricias, a sus movimientos...
Se contaron secretos, anécdotas, se rieron y olvidaron las obligaciones de los próximos días, al fin y al cabo, siempre se puede hacer un parón en la vida. Si vale la pena amainar las velas, es porque el puerto es realmente bueno, en este caso lo era.
Pocos habrían sabido explicar cómo se conocieron, o por qué acabaron compartiendo aquella cama en la habitación de la persiana rota. Fue conjura del humor del destino.
La conversación fue decayendo en silencios interrumpidos por risas o gemidos, tras un rato las risas dieron paso a los gemidos, y después los gemidos cedieron el terreno a las risas de nuevo...
Índice, corazón, anular y meñique, casi en paralelo, extendidos y recorriendo, poco a poco, brazos, nuca, espalda y torso... electrificando todos y cada uno de los centímetros cuadrados del piel, provocando la erección de todos los pelos del cuerpo, endureciendo los pezones y provocando movimientos espasmódicos a lo largo de la columna vertebral... Hay una palabra para definirlo, gatizzole.
Pero por una noche, solo una noche, te envuelven unos brazos, unos labios, unos dedos que recorren tu piel dejandote sin aliento. Y recobras la energia para seguir navegando con el horizonte por meta.