Armonía.
Llueve y hace sol. Me encanta esa sensación. Gafas oscuras y pelo mojado. Es como un polvo entre el Señor Eros y la Señorita Tánatos. Caliente, pero húmedo. Lo dicho. Como un polvo. Así da gusto ir por la calle. Por mi derecha me adelanta una chica con los hombros encogidos, intentando no mojarse. No sabe lo que se pierde. La lluvia limpia, y al calorcito te vas secando. Estos días son túneles de lavado para todos nosotros. Deberían ser fiesta nacional, y todo quisqui a la calle, a ver si nos cambia el karma.
Me dejo llevar mientras un pie sigue al otro, voy sin un rumbo definido, al encuentro de algún bar donde me sirvan una cerveza sin preocuparse por lo que estoy fumando. Mientras ando, pienso.
Esta ciudad es grandiosa. Lo cierto es que me cuesta imaginar una ciudad más atractiva que la mía. Ahora es cuando alguien me dice que esas cosas se pasan viajando, y también es cuando yo contesto que sí, que para ti el envite.
Sobre mi, al ladito de Dios, hay un nubarrón enorme que amenaza con ahogarnos a todos, penas incluidas. A su derecha, también cerquita de Dios, por aquello de la omnipresencia Dios siempre lleva las de ganar en cuanto a proximidad se refiere, el Sol luce a todo meter. Debajo de todo eso, mis pies siguen a su bola, y yo detrás de ellos.
Sonrío, me gusta. Paso por barrios que cuentan mi historia. En esa esquina, sobre el banco de piedra, descubrí lo húmedos que son los primeros besos. En aquel edificio, el alto con puerta de hierro, en el último piso, aprendí a hacer café para dos. En el segundo semáforo, que ahora está en rojo, tuve que llamar por primera vez a una grúa. En el cuartel de la Guardia Civil pegué una vez un polvo. De esa terraza, que ahora sólo tiene llena la parte bajo el toldo, me tuvieron que levantar borracho varias veces.
La lluvia sigue empapándome, y aún voy en manga corta. Inevitablemente ocurre el milagro. Ahí está, delante de mí, el Arco iris. Majestuoso. Cruzando el cielo como si de un puente de fantasía se tratara. Me dejo llevar, todavía más, y empiezo a desvariar. Me asaltan imágenes. Ahora tengo seis o siete años y estoy memorizando los colores de la bandera gay. Rojo. Naranja. Amarillo. Verde. Azul... Zurzo pensamientos, fuerzo a mi memoria a rescatar viejos vestigios, historias que casi olvido. Asocio los colores a personas, lugares y sitios.
Las gafas oscuras están llenas de gotas de agua, todo lo que veo queda desdibujado, y no me importa lo más mínimo. Siempre debería ser así. Con un cielo surcado de colores, la visión desenfocada y la nuca calentita. La gente sería más feliz, dejarían de hacer el gilipollas.
Mis pies todavía van a su bola, yo me dejo hacer.
Creo que tanto ellos como yo buscamos lo mismo. Una idea seductora. El final del Arco iris. Ese sitio mágico, de leyenda, donde encontraría una olla llena de oro y varios hobbits fumando hierba. El lugar donde Alicia, ciega a mas no poder a LSD, echaría carreras con conejos blancos, saltando, de una en una, las baldosas amarillas. Un sitio donde siempre se desayune crepes de chocolate a partir de medio día, donde “ahora” fuera “después” y la palabra “nunca” estuviera eliminada del diccionario. Un Edén lleno de tartas de manzana.
Las cosas son siempre mucho más simples de lo que aparentan. Mis pies lo saben, y llevan años intentando convencer al resto de mi cuerpo para que haga lo mismo, simplemente seguir hacia delante. Unos días llueve, otros hace Sol.
Creo que esa palabra no se debería de eliminar del diccionario, es bueno que esté ahí para poder decir que nos la pela con la boca bien grande y sonriendo mientras nos lanzamos de cabeza... o de culo.
Sé feliz
Nada importa lo suficiente como para desdibujar la belleza ingrávida, te quiere, te besa con nubes y te envuelve.
Éste es mi ritmo, mundo, el sabor de los días, el tiempo en ropa interior, dios vuelva a pertenecerte como una herida indisoluble
Flotas entre recuerdos e hitos, mientras la ciudad se devora a si misma, eres feliz por tu coraje y tu locura, aún tus dudas, te sientes parte del espíritu anónimo
Sí, sí es el momento de luna, nada es inalcanzable a tu fe, un niño que fuiste te sonríe tristemente