Bingo.
Siempre he pensado que nuestros actos cotidianos, esas cosas que hacemos sin prestar atención, cambian nuestra vida. Haciendo un esfuerzo recuerdo que empecé a pensar así de muy crío, con cinco o seis años. Aquello echó raíces en algún lugar de mi limitada cabecita.
Conforme pasaron los años llegué a la conclusión que la diferencia entre desayunar con galletas o con magdalenas podría cambiar el curso de la historia. La cosa iba así, si me acaba las magdalenas mi madre iría a comprar más, pero nadie me aseguraba que al bajar a la calle, en un paso de cebra, un hombre le pasara por encima con el coche, dejándome huérfano.
Imaginad ese modo de ver la vida en todos y cada uno de los actos que se realizan, por pequeños que sean. Vuelve loco a cualquiera. Hubo altibajos, y cambios de perspectiva, a veces me olvidaba del tema, otras no. Con el tiempo aprendí a vivir con ellos, dejando que mi vida fuera dictada por el azar.
Es como jugar a la ruleta rusa unas doce millones de veces a la semana. La búsqueda sistemática y frenética de la primera piedrecilla, que, movida por el viento, desencadena una avalancha de nieve, caos y destrucción.
Como todo en esta vida, la moneda tenía dos caras. Quién podía convencerme de que si una tarde salía a comprar tinta para la impresora, no me iba a encontrar con la mujer de mi vida contando líneas blancas en algún paso de cebra? Eso no lo podía asegurar nadie, así que casi todos los días de mi vida hice algo como comprar tinta. A sabiendas de que también podía acabar huérfano..
Pasaron los meses, y los años, y pasó mi vida con ellos. Descubrí cosas, conocí gente, olvidé a otra, suspendí exámenes, leí libros, viajé, me senté en la última fila... Gané y perdí, como todos, supongo.
Durante todo aquello, que fue mi vida, vivía pendiente de ver venir a la piedrecilla. Aquel acto cotidiano, que hiciese sin prestar atención, y que cambiaría la historia.
Era como vivir en un bingo, con un cartón al que sólo le falta un número, y ver en la mesa de al lado a otro como tú, con su cartón al que sólo le falta un número. Si el hombre que cantaba las bolas decía el siete, yo ganaba, si decía el veintiséis, perdía. Y el hombre empezaba a cantar bolas, y nunca salían el siete, pero tampoco el veintiséis.
La vida seguía pasando, y yo continuaba conociendo gente, y olvidando a otra, seguía suspendiendo exámenes, leyendo libros, viajando, y sentándome en la última fila.
Una noche estaba yo tirado en el suelo, con las dos manos detrás de la nuca y oyendo música. Por el suelo de la habitación había un cenicero que rebosaba, unos cuantos vasos medio vacíos de ron con cola, unas cariocas, monedas, platos con trozos de pizza y otra persona.
Ella estaba también tirada en el suelo, y nuestros cuerpos formaban ángulo recto. Estábamos mirando el techo, absortos, no me acuerdo de qué estábamos hablando en aquel preciso momento, pero levábamos horas haciéndolo, hablar, de forma fluida, sobre bobadas o cosas serias.
Si recurriera a un diccionario para intentar buscar las palabras para poder describir lo que flotaba en el ambiente solo valdría una, humo, porque la habitación era un auténtico submarino. Pero no habría palabras para definir “lo otro”, la complicidad, el entendimiento, las risas, la tensión, la incertidumbre...
No nos conocíamos demasiado, las cosas habían girado hasta llevarnos a compartir aquel trozo de suelo esa noche, pese a todo, sabíamos perfectamente cómo pensaba el otro, podíamos adelantar jugadas, ser sinceros, naturales, y nunca caíamos en fuera de juego.
No se cuánto tiempo pudo pasar, pero en un momento dado me preguntó qué estaba pensando.
En ese instante todo eclosionó.
Recuerdo que Jagger estaba por las primeras frases de Angie.
Recuerdo haber visto, como tantas otras veces, mi cartón con el siete virgen, y al fulano de la otra mesa enseñándome su cartón al que sólo le faltaba el veintiséis, pero aquella vez, el hombre que giraba el bombo en el que estaban las bolas estaba más excitado que de costumbre. Me fijé. Sólo quedaban dos bolas en el bombo. Miré al fulano, y ahora el fulano era una piedrecilla a punto de ser movida por el viento, y causar una avalancha. Lo tenía. Estaba frente a lo que me había pasado la vida buscando. Frente a aquella decisión, frente al acto cotidiano que cambiaría la historia.
Supongo que me entró un ataque de pánico, porque sé que se me aceleró el pulso, pero me contuve, permanecí tumbado en el suelo, con las dos manos tras la nuca, formando ángulo recto con aquella chica, que me preguntaba en qué pensaba. Dejé que pasaran dos o tres segundos, y Jagger seguía dejándose la voz en la segunda estrofa de Angie.
El bombo dejó de girar, y el hombre sacó la bola. El fulano de la mesa de al lado y yo nos miramos, por última vez, como deseándonos suerte.
Mientras, en el cuarto lleno de humo, yo hice lo que siempre hago cuando dudo algo, pregunté. Le pregunté si quería oír lo que de verdad estaba pensando. Le dije que podía elegir, que si ella quería, yo podía estar pensando en fútbol. Le pregunté que a qué nivel de sinceridad quería oírme responder, y, sin dudarlo me respondió que al cien por ciento.
Así que yo le conté lo que pensaba de ella.
El resto de la noche la pasamos casi en silencio, mirándonos a los ojos, compartiendo algún cigarrillo y con una sonrisa que fue creciendo en cada una de nuestras caras, pero eso ya es otra historia.
Salió el siete.
F.
Pero me he divertido siempre
la vida sólo es un tablero
sé que cometí la locura de dibujar mis propios horizontes al margen de las apuestas, recitar mis sensaciones sin escribirlas
dejé de esperar salí en busca de mi otra suerte en un atractivo silencio
seguí jugando sin guión sin número
empecé a ganar y ganar, me rehice y me deshice
hasta olvidar todo
la vida es círculo
te estoy debiendo una birra desde el principio de los tiempos y lo siento mucho.
Cuando quieres que nos veamos?
te echo de menos
Sol
P.D: del 17 al 22 de abril estoy en dublin, ha de ser antes o despues