La Última Fila
FORO! Las notitas de clase
13 abril 2011
 
Curiosidad.

En qué época estamos?


Acaba de contarme mi padre, después de un rato charlando, que, en 1994 mandó una carta a Estados Unidos. En castellano. Con mayúsculas a mano. En ella pedía que le mandaran un conjunto de piezas, y adjuntó un billete de diez mil pesetas. A los días recibió un paquete con el conjunto de piezas, y unas cuantas monedas.


Volvió a intentarlo años más tarde, en el 2000. En castellano. Con mayúsculas a mano. Y con la pasta dentro. Le remitieron otra carta donde le devolvían el dinero y le explicaban que no aceptaban metálico, que tenía que ser por tarjeta. Aquello, dice, le superó y se olvidó del asunto.


Me pregunto qué pasaría hoy si me diera por repetir el experimento.


21 julio 2010
 

Galacticum.


Qué curiosa que es la vida. Uno nace y al principio sólo llora, caga y duerme.

Adelantamos un poco la cinta y llega a los catorce completamente apollardado por las hormonas, las apariencias, y amistades. Como puede, surfea el temporal. Más mal que bien se pasa cuatro añitos aprendiendo lo que cree que es la vida, y aún la está mirando desde la esquina.

Desbordado en su visión recurre a los adultos, los cuales, en un ejercicio de auto crítica deben aconsejarle, sin influenciarle, simplemente brindándole conocimiento, se llama educación, y los padres lo confunden con lo que les cuentan en las academias. Son cosas distintas. El chaval, si lo hace bien, a los dieciocho se enfrenta al examen de ingreso.

Y empieza a tomar decisiones. Horas de estudio y entrenamiento contra horas de borrachera. Y los platillos de la responsabilidad empiezan a moverse. Y empiezas a soltar destellos de lo que serás dentro de diez años. Y los que te quieren te miran y esperan. Con mejor o peor suerte la cosa acaba.

Has triunfado, las notas han sido excelentes, lo has hecho bien. Te tiras en el sofá, una tarde de verano, para ver tu nombre, por primera y puede que última vez, escrito en el diario. La lista de los destinos y los admitidos. Seguro que todos los que lo han vivido recuerdan ese momento…. y zas! en toda la boca!!

No sales.

No sales.

Por más que mires, no sales.

Sudor frío.

Balbuceos.

No sales.

Se monta el pollo.

El chaval en cuestión preguntó dónde había que firmar para ser de Infantería táctica, y le dijeron un lugar equivocado. Desde luego, bien podría haberse informado el tío, pero eso forma parte de lo de “ver la vida desde la esquina”, y por eso me he marcado la introducción, así que en adelante, una bula papal cae sobre los cojones del muchacho.

El chico pilla el Telestech, y se lo cuenta a su hermano, y yo me quedo blanco y entro en la historia. Le digo que no se preocupe. Una vez conocí a un hombre, un explorador, en una taberna de madrugada. El explorador era un buen tío. De esos que un sesentón define como un hombre serio. Fiel. Me invitó a unas cervezas, hablamos de la vida y nos llevamos bien. De hecho, durante un tiempo tratamos localizar La Esfera Roja juntos, pero eso es otra historia.

El explorador tenía un hermano que era sargento de Infantería. Le digo a mi hermano que me de diez minutos. Hablo con el explorador, el explorador me pide cinco minutos para hablar con su hermano, el sargento. El tiempo corre e imagino a mi hermano con la espalda empapada de sudor. Imagino que no se ha sentido más desconcertado nunca. Empieza a mover otros hilos. Por su cuenta.

El examen de ingreso consta de distintas pruebas: cartografía estelar, armamento láser, ingeniería de motores de fusión, matemáticas, dialéctica, pruebas físicas, idiomas (unos puntúan más que otros, dependiendo de destino y numero de planetas que lo hablen), diplomacia, derecho galáctico imperial…

Usualmente, en función del cuerpo al que se pretenda ingresar, realizas unas pruebas u otras, y las ponderan de distinta forma. El chaval en cuestión era jodidamente listo. Tenía su destino claro, y se presentó a las pruebas más difíciles, y las superó con éxito. Tenía suficientes puntos para su puesto deseado en Infantería táctica, aritméticamente hablando. Pero hablando burocráticamente la cosa cambiaba.

Mientras pensaba en todo eso apareció la cara del explorador en el Telestech. Estaba demasiado serio. Su hermano, el sargento, se plegaba al reglamento. Me indicó los cauces legales para presentar un recurso. Cada palabra hundía un poco más mi ánimo, y parecía que el suyo estaba mucho más hundido. Al final, casi en un susurro mudo por la vergüenza, logró decir que su hermano, el sargento, era quien aceptaba o declinaba a los aspirantes en Infantería.

Me quedé mudo, tratando de asimilar toda la vergüenza que estaba pasando el explorador. Pausadamente le di las gracias, de corazón, por todo. Él reaccionó maldiciendo y gesticulando, mientras decía que las cosas no funcionan así, que uno tiene amigos para algo, que cuando un amigo pide algo, si puedes, lo haces, y si lo pide un amigo en nombre de otro, entonces te esfuerzas más por hacerlo, porque comprendes la fraternalidad con la que tu amigo actúa de emisario.

Se me plegó el alma frente a tal muestra de bondad. En su mundo, en el mundo de los hombres serios, de la gente fiel, las cosas funcionan así. Es una pena que cada vez quede menos gente como el explorador, y poco a poco sean sustituidos por hábiles ratas uniformadas con contactos capaces de doblegar voluntades por azafrán. Desde la pérdida del antiguo patrón adamantium el azafrán era la moneda de cambio de toda la galaxia.

Le dije al explorador que no lo viera así, que entendiera a su hermano, el sargento de Infantería estaba plegado al reglamento del Imperio, si hacía trampas, por inocentes que pudieran parecer, nadie sabía qué cadena de acontecimientos podía desatar. Lo sensato, y más en su puesto, era ceñirse al reglamento. Le dije que yo honraba a la gente que hacía bien su trabajo, y que él también. Aceptó este dogma, gracias a Dios. Y a partir de ahí llegamos a la conclusión de que su hermano estaba haciendo lo correcto al no permitir favoritismos. Aquello pareció apaciguar su atormentada conciencia.

Cuando la cara del explorador desaparece del Telestech me siento sobre la mesa de la cocina, me aflojo el pañuelo del cuello y agradezco tener un trabajo cuyas normas están escritas por mí. Me froto el puente de la nariz, y pido una conferencia con mi hermano.

Antes de que me dé tiempo a contarle mi conversación veo un brillo en sus ojos. Pregunto que qué le pasa, y me dice que aunque no pueda optar, burocráticamente, al puesto que desea, tiene suficientes puntos como para empezar de recluta. Un puesto en Inteligencia. Está lejos de lo que ansía, pero ha encontrado su camino. Pasará diez días mejorando criptografía en una academia imperial, y después irá a su estación base a hacer un reenganche con Inteligencia. Pasados tres meses hará una promoción interna y podrá optar a lo que desea.

El balance es de tres meses y medio perdidos, el último verano en su tierra natal tirado a la basura. Ni borracheras, ni sexo, ni siestas, ni baños en el lago. Se perderá todo eso para obtener algo que aritméticamente merece.

Parece haberlo digerido en el tiempo que yo estaba frotándome el puente de la nariz y compadeciéndole. Soy irremediablemente estúpido. Por lecciones como esta es por lo que a veces se gana una bula papal.

Hoy hace tres meses de aquella tarde. Hoy, a falta de dos semanas para su reenganche un ejército de rebeldes ha atacado la estación de destino de mi hermano. Han atacado con treinta cazas, logrando hacer blanco, para absoluta fascinación de toda la galaxia, con proyectil en un conducto de la estación. Hoy esos rebeldes han destruido la esperanza de centenares de jóvenes talentosos como mi hermano. Hoy, un cúmulo de errores, decisiones y casualidades ha salvado a mi hermano. Hoy, mi hermano, desde su Telestech lloraba maldiciendo a los rebeldes. Hoy, el explorador me ha llamado, su hermano, el sargento de infantería estaba a bordo de la estación.


01 junio 2010
 

Dardos.


Seis y cuarto de la tarde. Calor. Separados por una mesa, en la terraza de una cafetería, se miran el uno al otro a los ojos. Llevan varios minutos callados. Ella fue la última en hablar. Ahora es el turno de él.

- Te lo has tirado?

- Sois todos iguales, sólo os importa eso.

Él sonríe.

- Imagino que reaccionas así porque él te habrá preguntado lo mismo.

- Pues sí, parece que sólo os importe si me he follado al otro. Quieres saber la verdad?

- Sí, pero luego, creo que antes me toca explicarme, por mi, por él, por todos lo que vengan después. Desde el punto de vista evolutivo, nuestro fin último es la reproducción. Es simple. Estamos programados para traer vida al mundo. No sólo eso, también estamos programados por competir por traer esa vida. Realmente es a causa de eso por lo que existen los gimnasios, la gomina y la Viagra. Es por eso por lo que a uno se le pone cara de estreñido cuando te cruzas con cualquiera de tus exnovios. Pero bueno, mientras sea con un exnovio, pues lo asumes y tiras para adelante. Piensas algo como “ahora me quiere a mí”, y a vivir, que son dos días. En realidad, eso no es más que un par de neuronas luchando contra algún gen. La pregunta de “Te lo has tirado?” que te acabo de hacer, y que antes te hizo el Don Juan, no es una pregunta pensada. Es una pregunta que sale del estómago, visceral, son siglos de evolución hablando, reminiscencias del primate que llevamos dentro. Luego, cuando la calibras, cuando la sometes al embudo de la inteligencia le das otros matices: confianza, fidelidad, amor, consecuencia… Decía Sabina al público argentino que el amor es un invento de los catalanes para no pagar por coger. Igual llevaba razón. Que te lo hayas, o no, follado ya no tiene nada que ver con la relación que tú y yo tengamos. De hecho, podrías habértelo calzado, no haber dicho nada y aquí paz y después gloria, los sábados al cine y los domingos paella con tu madre. El mundo está lleno de gente así. Desvirtúa el ideal romántico de las relaciones, o lo eleva a otro estadio. La gente se adapta a todo, ese es su problema. Yo, por mi parte, y contestando a esa estupidez de que somos todos iguales, y que sólo nos importa saber con quien follas, te diré que no es una cuestión de pétalos de rosa y pelo revuelto. Es pragmatismo evolutivo, ahora te veo vieja y usada. El mono que llevo dentro quiere ir a olisquear otro culo. Ahí te quedas. Tú invitas al café.

Se levantó, se dio la vuelta y se fue.

Al tercer paso la oyó gritarle:

- Hey, sí que me lo he follado, Darwin de los cojones!

Y aún con toda la teoría aprendida, clavó sus uñas en el puño cerrado, procurando no tambalearse cuando aquella frase le perforó el alma.


29 abril 2010
 

Éxtasis.


Volvimos a casa en moto, casi en silencio, veníamos de la playa, acabábamos de hacernos el amor en la orilla.

Cuando paré la moto en su puerta tuve la sensación de que nada en el mundo importaba, nada fuera de aquellos ojos almendrados y aquella nariz que, con vida propia, parecía sonreírme.

- Necesito una ducha urgentemente, tengo arena hasta en el ojete.

Ella se ríe, me encanta que ría, me recuerda a otro verano, donde el vino corría a raudales y los besos eran monedas de cambio.

Me dice que suba, está sola, puedo ducharme en su casa. Sufro un amago de erección. Se da la vuelta, se acaricia el pelo y millares de granos de arena caen desde sus cabellos al suelo. Bueno, parece que ella también necesita una ducha…

Entramos por la puerta de la cocina, hace un calor horrible. Ella desaparece unos segundos, y cuando vuelve trae consigo una toalla. Me indica dónde está la ducha.

Cuando el chorro de agua resbala por mi espalda me pongo a recordar el polvo de la playa. Ha estado bien. Profundo, lento, armonioso, musical gracias a las olas del mar… Sin darme cuenta sonrío. Le tengo ganas. Un polvo en la playa está bien, pero es eso, un polvo.

Sigo en la ducha y empiezo a imaginar, realmente, todas las cosas que me gustaría hacerle. Al final he de acabar duchándome con agua fría…

Cuando vuelvo a la cocina ella está sentada en un taburete, pegándole un par de caladas a algo que parce un porro de maría que ha tenido días mejores.

- Me he quedado como nuevo.

- Normal. Ahora voy yo a la ducha. Espérame, podríamos ponernos una peli, o algo.

Ese “o algo” suena a música celestial en mi cabeza.

Mientras la veo ir hacia el baño se quita la camiseta, le veo la espalda desnuda, espalda que tan sólo hace un rato estaba acariciando.

Se mete en el baño. No cierra la puerta. Hoy sé que si hubiera cerrado la puerta no habría escrito nada de esto, pero no cerró la puerta.

Escucho el agua saliendo a presión de la alcachofa, y a la vez un gritillo, lo cual me recuerda que no volví aponer los mandos del agua caliente en su sitio… sonrío pensando que tal vez ella se de cuenta del detalle, he acabado duchándome con agua fría.

Empiezo a imaginarla, desnuda, en el plato de la ducha. Es curioso lo poco que recuerdas del cuerpo de una mujer tras acostarte con ella, claro, en la orilla del mar, de noche, y a tientas… Sé que podría esculpir su cuerpo en barro, mis manos lo han memorizado, pero no podría pintarlo, la vista no ha jugado el partido, sólo lo ha hecho el tacto.

Mientras le doy vueltas a todo esto, la puerta medio abierta empieza a perfilarse como una invitación. La curiosidad, el recuerdo y la imaginación empiezan a ponerme la polla dura.

Dejo de escuchar el correr del agua.

No puedo más, me acerco a la puerta, pongo la mano en el pomo y abro. La encuentro e pie, desnuda, húmeda, doy un paso, me acerco, la rodeo con mi brazo por su cintura, y me miro en esos ojos de almendra que son espejo del alma. Y su alma quiere guerra.

- Sí que has tardado.

Me lo dice con esa coquetería impropia de las damas y propia de las mujeres. La frase me golpea directo, haciéndome reaccionar por puro instinto animal. La levanto del suelo y, más en una acción que parece un empujón, la tiro de espaldas sobre la cama. Tal vez con un poco más de brusquedad de lo estrictamente necesario. Veo que tiene una sonrisa pícara en la cara. La veda se ha abierto. Entra con un all in. Me encomiendo al dios del sexo.

La beso mientras mis manos rozan sus costillas, acerco mi boca a su oreja.

- Voy a follarte, pero eso será dentro de un rato.

La propia frase acaba con un mordisco en el cuello. Gime.

Mis manos tantean sus costados, desde la axila hasta la cadera. He descubierto que una mujer puede correrse si muerdes, tocas, lames o masajeas muchas partes de su cuerpo. Follar es de bárbaros. Provocar, excitar, dominar y lograr que el mundo deje de importar durante un rato, eso debería ser el sexo. Fuerza, sudor y ningún tipo de tapujo.

Empiezo por besarle el cuello, y poco a poco mi lengua va bajando… primero por el pecho, paso sutilmente de centrarme en sus tetas, ya tendré tiempo, bajo un poco más, hasta que mi lengua encuentra su ombligo, y, de ahí, a las caderas. El hueso de las caderas es algo fascinante, si no tiene cosquillas, lo más normal es que con un par de mordiscos empiece a subir al cielo.

Mis manos, ansiosas por jugar, empiezan a recorrer sus piernas, desde la rodilla al interior de los muslos, suavemente, casi rozándola más que tocándola… entonces me agarra de la cabeza, intentando que la suba, buscando, con sus labios, mis labios. Entiendo que hay un momento para cada cosa, y esta vez no es momento de besos a la orilla del mar. Me incorporo, y me quito el cinturón, agarro con el sus dos muñecas y las ato al dosel de la cama. Se deja hacer mientras saca la punta de la lengua y se acaricia los labios con ella. Es la primera vez que veo hacer ese gesto de modo natural. Alza la cadera apoyándose en la punta de los pies, ofreciéndome su sexo, deseosa de más. Sonrío, lo vamos a pasar en grande…

Procuro, con calma, besarle y sobarle cada centímetro cuadrado de su piel, hay momentos en los que reacciona como si le aplicaran corrientes eléctricas, sobre todo cuando empiezo a acariciar mi lengua contra sus ingles, acercándome, sin llegar a tocar su delicioso coño. En una de esas fases de puteo (porque, siendo sincero, estoy puteándola), le meto dos de mis dedos dentro del coño. Ella se mueve, como con un pequeño saltito, saltito que aprovecho para llevar mi otra mano al pliegue de su clítoris y exponerlo, dejándole paso libre a mi lengua. Le lamo, chupo y presiono el clítoris mientras mis dos dedos se acompasan a su respiración, cada vez más rápido, más brusco, más profundo… su clítoris se hincha en mi boca, veo como sus pezones se ponen duros y puntiagudos, noto como su coño se empapa, tanto por dentro como por fuera, y, al poco, cuando adivino que está cerca de correrse, paro. El parón es breve, no más de dos o tres segundos, el tiempo justo para levantar la mirada y ver sus ojos, mirándome como diciendo “¿Qué coño haces parando?”. Sonrío. Un momento de vanidad. Soy terrible, perdón. Vuelvo a la faena. Se corre en silencio, murmurando un breve “jodeeer…”.

Aprovecho para acariciar, en los segundos tras su orgasmo, de nuevo su clítoris mientras mi lengua busca sus pezones… le doy un masaje suave, que, muy poco a poco, va subiendo en intensidad… en menos de un minuto estoy a su lado, viendo como su cuerpo convulsiona en un segundo orgasmo. Tras el segundo me mira, sonríe. La beso. Sonrío. No he acabado con ella. Lo sabe, le gusta, va a por más…

Me pongo a horcajadas sobre ella. Mi polla, dura, acaba encontrando el camino hasta su boca. Ella la devora, intentando zafarse del cinturón, que aún la mantiene atada a la cama. Creo que le da morbo. No la suelto, pero dejo que me la chupe, de hecho me muevo con ella, metiéndole tanta cantidad de polla como puedo en la boca. La violencia sube un punto. Sigue devorándome. Le gusta.

Le doy la vuelta. Ahora está atada y de espaldas. Le muerdo la nuca. Pocas cosas excitan tanto la imaginación como un mordisco en la nuca, tal vez, como mucho, la incertidumbre de la próxima acción. Yo eso lo sé, y lo aprovecho.

- Ahora vengo, voy a la cocina.

No tardo más de veinte segundos, abrir el congelador y localizar el hielo. Vuelvo al dormitorio con un par de cubitos en las manos. Empiezo a recorrer con uno de ellos su espalda. Reacciona intentando evitarlo mientras me llama idiota, pero no puede reprimir una risa. Mientras mi mano izquierda juega con el hielo en sus omóplatos, la derecha, también con un cubito, se la acerco al culo. No llego a tocarla, pero debe de notar el frío, porque vuelve a moverse… por fin, con cuidado, acabo acariciándole el periné con el hielo. Por el roce, y porque va más caliente que la moto de un hippie, el hielo empieza a deshacerse sobre su coño, refrescándola, excitándola y confundiéndola a partes iguales. Me meto el hielo en la boca y lo deshago, guardándome el agua en la boca. Le vuelvo a dar la vuelta, bajo con brusquedad y empiezo a comerle el coño. A pocas mujeres les han comido el coño con agua en la boca. Es algo que debería regalarse al cumplir los 18. Vuelve a correrse.

Creo, firmemente, que me va a estallar la polla. Me acomodo sobre ella, mirándole a la cara. Sin ayuda de nada, más que de esa sabiduría que tienen los cuerpos para acoplarse, antes de que me de cuenta estoy dentro de ella. Penetraciones pausadas y profundas, penetraciones casi violentas. Aguantamos la embestida refugiados en nuestras pupilas. Con las bocas semi abiertas a pocos centímetros de separación. En un momento dado empiezo a profundizar menos, mucho menos, y a aumentar el ritmo, al poco tiempo estoy tirándomela sólo con la punta, pero rápido, muy rápido. Y parece que le gusta. Verle la cara hace que pierda la concentración, y empiezo a temer correrme, hay que evitarlo.

Le doy la vuelta, la pongo a cuatro patas y la monto con dureza. Acerco mi boca a su oído.

- Te voy a reventar.

No dice nada, pero estira los brazos que siguen atados, flexiona del todo las rodillas, apoya la mejilla en la cama y se expone a mi polla. La embisto sin seguir ningún compás, cuando no lo espera, arrancándole un breve gemido en cada acometida. Luego alterno las embestidas con azotes, palmadas en el culo. En la segunda palmada espero algún tipo de reacción.

- Dame más.

Sonrío. Adoro a esta mujer.

Mis dedos empiezan a acariciar su ojete, sé que eso la pone en tensión, por ello mis penetraciones empiezan a pillar un ritmo continuo. En cosa de varios minutos vuelve a correrse, con mi dedo en su culo.

Entonces la desato.

Reacciona con rapidez, con la rabia acumulada de llevar más de una hora siendo sometida. Con lujuria desenfrenada.

Sin saber cómo lo ha hecho, cuando soy consciente me está montando. Tus tetas empiezan un suave contoneo, arriba y abajo, y, al tratar de alcanzarlas ella agarra mis dos muñecas con sus manos. Ahora soy suyo.

Me lleva al orgasmo poco a poco, incluso cuando le digo, pasado un tiempo, que estoy a punto de correrme empieza a bajar el ritmo. Sabe lo que hace. No va a dejar que me corra. Quiere venganza.

Cambia de postura. Sigue sobre mi, cabalgándome, pero de espaldas. De vez en cuando se dobla hacia delante, permitiéndome un primer plano de mi polla entrando en ella y de su culo. Lo hace por provocación, y lo logra. Me corro.

Debe notar cómo la inundo por dentro, porque conforme empiezo a correrme, descabalga y se mete mi polla en la boca. Eso destruye las pocas defensas hábiles. Me acabo de correr entre espasmos en su boca. Cuando vuelvo a mirar me sonríe, y sin apartar la mirada, traga…

Sube a mi lado a tiempo que nos echamos los dos a reír. Busca un huevo con su cabeza al lado de mi axila, jugamos enredando las manos, acariciándonos el pelo, casi en silencio, besándonos hasta que, poco a poco, nos vamos quedando dormidos.

Probablemente nos encontremos dentro de un rato, en sueños.


26 abril 2010
 
Tabaco.

La mayoría de exfumadores dicen lo mismo. Un día me desperté y me dije, no voy a volver a fumar, y así fue, lo dejé. Eso es mentira. Lo sé porque soy exfumador. Mienten. Mentimos. Antes de “ese día”, el exfumador ha pasado semanas, meses, o años, convencido de que lo debía dejar. De hecho mi teoría es que los exfumadores lo dejamos por aburrimiento. Estamos tan aburridos de nosotros mismos que decidimos dejarlo. También puede ser que se trate de miedo, en vez de aburrimiento.

El proceso es, más o menos, el siguiente. Darte cuenta de que fumar es malo, y dejarlo. La mayoría de la gente dice saber que fumar es malo. Yo creo que sólo los exfumadores saben que fumar es malo. Cuando te das cuenta de que fumar es malo, lo dejas.

La gente, sobre todo los fumadores, me miran y piensan (algunos hasta lo dicen) que soy un cretino. Lo piensan (o incluso algunos hasta lo dicen) porque consideran que estoy insultando su inteligencia al sugerir que ellos no saben que fumar es malo. En realidad tal vez tengan razón, tal vez sea un cretino.

Yo dudo que sepan que fumar es malo, pero no lo achaco a su inteligencia, lo achaco a su sistema de medida. Ellos no saben cómo de malo es fumar. Si lo supieran lo dejarían. Pero no de forma inmediata. Ese es el verdadero problema.

Cuando te das realmente cuenta de cómo de malo es el tabaco, sólo puedes hacer una cosa. Dejarlo. De forma fulminante y para siempre. Nada. Nunca. Ni una calada más en toda tu vida. El problema es el tiempo necesario en convencerte de que no vas a volver a fumar. Si fuésemos capaces de darnos cuenta y dejarlo en el segundo siguiente el mundo cambiaría. No de la noche a la mañana. Sería necesario un tiempo, el tiempo que tardase el último fumador en darse cuenta de cómo de malo es el tabaco, o, en su defecto, esperar a que muriera.

Cada uno, a su ritmo, una vez sabe que el tabaco es malo, se ha de convencer de que debe dejarlo. ¿Qué lo impide? Bueno, una parte muy importante de no dejarlo de forma automática viene dada por la adicción de nuestro cuerpo a la nicotina. Es una adicción física. Se pasa con el tiempo. Todo exfumador es muestra evidente de ello. Otro freno, tal vez más importante, sea, según dicen la adicción psicológica, o sea, que quien en realidad cuestiona nuestra inteligencia es el tabaco. Parece que hay cretinos por ambas partes.

Si verdaderamente es el tabaco quien impide que dejemos al propio tabaco estamos realmente jodidos. Cuesta, mucho, aceptar que vas a perder ese placer indescriptible del humo entrando en tus pulmones. Ese cosquilleo al expulsar el humo por la nariz. Ese color amarillento entre el índice y corazón… Lo digo en serio. Es, de un modo u otro, placentero.

Y ni hablar quiero del cigarrillo de después de comer, o ya, el sumun, el cigarrillo de después del polvo. Vamos, sólo por esos momentos hay días que vale la pena despertarse. Estoy hablando totalmente en serio. El tabaco hace feliz a muchísima gente. Sobre todo a sus fabricantes.

Además, en las distancias cortas es letal. Que levante la mano quien no ha pedido u ofrecido fuego pensando “Te iba a pegar tres sin sacarla, morena”. A veces, hasta funciona, y te acabas fumando el cigarrillo de después del polvo a medias. El cielo.

Total que sí, que el tabaco es delicioso. Que yo mismo me estoy planteando bajarme al estanco y comprarme suficientes cartones como para hacerme un fuerte. Pero no voy a hacerlo. Yo sé que el tabaco es malo. Y lo sé de verdad.

No voy a contar cómo de malo es el tabaco, eso, si lo queréis descubrir, es cosa vuestra, en cambio puedo asegurar que una vez dejas el tabaco ves la vida de otro color. Literalmente. Todo es más fácil. Es una sensación de liberación doble. Por un lado, has dejado el tabaco, por otro lado te sientes bien contigo mismo. Se han acabado los exámenes de conciencia, los reproches en el espejo, la angustia que precede al sueño. Se han acabado muchos de los problemas que tenías, pero lo mejor de todo es todos los problemas que te has evitado en el futuro. Porque, al final, sólo pueden pasar dos cosas, que seas fumador, o que seas exfumador el día que la palmes.

Si eres exfumador cuando la palmes, cada día que sigas fumando hasta que te des cuenta de que el tabaco es malo estás destrozándote la vida. Déjalo hoy.

Si eres fumador cuando la palmes siento haberte hecho pasar este mal rato, ya sabes, insiste en que yo soy un cretino y punto. Quedará entre tú y yo.

Aviso a la tripulación, donde dije tabaco, pensad en cierto tipo de mujeres... es que si hubiera empezado por ahí me hubiera puesto de mala ostia antes.




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